Boletín
Comunidad Ecuménica Horeb-Carlos de Foucauld
Nº 3 – Noviembre - AÑO 2010
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Utilizar la guerra para construir la paz: ¿cuál era la posición de Merton? Extraída del informe del Sor Mary Marguaret FUNK, obs, ND de Grâce, Beech Grove, USA, al consejo del MID.
Un punto de vista es una idea de verdad que tenemos y que amamos, pero que raramente permanece inmóvil o rígido. Los puntos de vista evolucionan, se desarrollan y se hacen más profundos a través de la discusión, el estudio y la meditación. El problema de todo punto de vista es que es limitado, no suficientemente maduro para elevarse al estado de la sabiduría. Los puntos de vista se vuelven a menudo divergentes, creando un clima de oposición, en lugar de hacer tender la conversación hacia la armonía, la paz y la unidad. Existe otro plan sobre el que debe trabajar cada uno, es el de un mensaje. Que sea claro, irrefutable, auténtico, adecuado y oportuno. Expresar un mensaje invita a una puesta de nuevo en cuestión. ¿A qué haría referencia el mensaje monástico? Se expresaría en primera persona. Son excluidas del diálogo monástico las palabras poder y control, competición y dominación, seducción e intrusión, o también moralismo y dogmatismo que suscitan disputas e invitan a cada uno a acentuar sus puntos. Dialogar no significa debatir ni hacer retórica. La forma, aunque esté bien elaborada, no compensa el fondo. El mensaje es humildad y esto abre un espacio. El mensaje monástico está abierto a las diferencias porque las distinciones no son fuente de divisiones, más bien al contrario, ponen de manifiesto la belleza, el contraste y la unidad. Podríamos disertar largamente sobre la cuestión del “y si” no estamos de acuerdo, o si “el otro” nos ignora o incluso llega a ser peligroso si saca sus propias conclusiones. La negatividad, cualesquiera que sean sus numerosas caretas, no tiene sitio en la mesa de discusiones. No neguéis nada, dicen los antiguos. Lo que es es.
He aquí algunos puntos de vista de Merton sobre la utilización de la guerra como medio de paz: Merton rechazaba la teoría de la guerra justa, según la cual matar es moralmente aceptable a condición de que esto no constituya el sólo y único fin y si la guerra aparece como último medio.
Según él, el divorcio entre la intención y el comportamiento crea una esquizofrenia moral en la cual nuestras motivaciones son distintas de nuestras acciones, y en este caso se trata de matar a un ser humano. Es el pensamiento augustiniano el que permite las Cruzadas y la Inquisición. Merton hizo suya la teoría de la no-violencia de Gandhi, teoría que aspira a liberar al adversario de la fascinación de la violencia y la opresión. Puesto que no hay diferencia entre opresor y oprimido, no hay tampoco enemigo.
Merton subrayaba el imperativo de la no-violencia en la Iglesia primitiva. Para Clemente de Alejandría, un discípulo de Cristo es un soldado de la paz en un ejército que no derrama la sangre. Para San Justino, un cristiano no quita la vida de otro pero da la suya por Cristo. Para Tertuliano, todos los soldados cristianos han depuesto las armas cuando Jesús dijo a Pedro que volviera a envainar su espada. Con la no-violencia se impone la necesidad de erradicar nuestra fascinación por las soluciones definitivas frente a los problemas, y las aproximaciones totalitarias frente a la vida. Llegamos a ser violentos porque somos persuadidos de que somos los únicos que tenemos las respuestas y la verdad. Nosotros concluimos que toda posición divergente no puede más que agravar las cosas y que es necesariamente falsa. ¡Qué arrogancia! La verdad es más grande que nosotros. Nosotros no somos los detentadores de la misma sino los servidores. La verdad es superior a nosotros, superior a la Iglesia. La Iglesia es ministro de la verdad, es el testimonio de ella, no el dueño. Si creemos la verdad invencible, entonces no tenemos que atacar a los demás para preservarla. Los que sirven sinceramente a la verdad, la consideran con delicadeza y hacen prueba de humildad. Cuando defendemos la supuesta verdad con la violencia, no estamos al servicio de la verdad sino de nosotros mismos. Llegamos a ser violentos porque tenemos más o menos conciencia de no detentar la verdad, y en consecuencia, no estamos seguros de la verdad de nuestros propósitos. Los que consideramos como nuestros enemigos son a veces simplemente personas que no podemos controlar, que hacen otras elecciones de vida, que ven un aspecto de la verdad que nosotros no hemos visto. Muchas personas que calificamos de perversas no lo son, son diferentes. El miedo es la causa profunda de la guerra. Con armamentos cada vez más pesados, continuaremos dominando y siendo dominados. La no-violencia requiere la madurez espiritual. Es la razón por la cual la oración es un elemento tan importante en el advenimiento de la no-violencia. Si la no-violencia es ineficaz en muchos casos, es porque los otros comprenden con justo título que bajo la apariencia de la no-violencia se esconde la gana de hacer la guerra, el deseo de dominar o, cuanto menos, una pretendida supremacía moral forrada de autosatisfacción. La no-violencia es una aproximación humilde de la vida, procurando liberarnos del orgullo y del incentivo del triunfo. La violencia parece dirigirse hacia la ventaja personal: si no defiendo mis derechos, otro los usurparán. Es el sentimiento de carencia que justifica la necesidad profunda de proteger los intereses americanos.
La vocación hace de este diálogo particular un mensaje monástico. ¿Cómo puede un monje tomar parte en el diálogo? Estoy convencida de que nosotros aportamos otras contribuciones, pero para este modesto artículo, no citaré más que tres: 1/ hacemos observar el silencio y proponemos un lugar garantizando a cada uno la seguridad de hacer escuchar su punto de vista; 2/ no somos los amos del contenido y no tenemos nada que ganar ni que perder desde el punto de vista material ya que hemos renunciado a todo eso, y, 3/ somos portadores de un mensaje, el contemplativo, que trasciende las divergencias y se expresa a corazón abierto.
La mesa del MID expresó su propio mensaje el 15 de Octubre del 2002, cuando tuvo lugar nuestra reunión anual en Kalamazoo. Fue allí donde votamos la siguiente resolución: que cada miembro de la mesa de diálogo monástico consagre su ejercicio contemplativo cotidiano a la paz por medio del diálogo antes que de la guerra. Esta resolución ha sido suscitada por nuestro deseo de utilizar nuestra práctica contemplativa como medio inteligente de reducir la violencia. Esto traducía además la firme voluntad de comenzar por nosotros mismos, antes que de hacer una declaración al mundo entero. Compartimos la sincera convicción que nuestro tiempo de silencio matinal después de Vigilias hacía más ruido que todas las marchas por la paz en todas las capitales del mundo.
Tradujo Raquel Tascón. Madrid
Iglesias orientales: la iglesia de tradición antioquena
Monofisismo, cruzadas y persecuciones
ROMA, martes 12 de octubre de 2010 (ZENIT.org).- La segunda gran tradición oriental es la conocida como antioquena o siro-occidental, que comparten también la Iglesia católica y la ortodoxa. Dentro de la Iglesia católica, son tres las agrupaciones dentro de este rito: la Iglesia siro-católica, la Iglesia maronita y la Iglesia siro-malankar.
Esta tradición venerable procede de Antioquía, ciudad que tiene un lugar muy importante en la historia del cristianismo, como narran ya los Hechos de los Apóstoles. Fue fundada, según la tradición, por el propio san Pedro. Allí los seguidores de Cristo recibiron por primera vez el nombre de cristianos.
Antioquía, llamada la “Reina de Oriente”, fue una de las sedes de los cuatro patriarcados originales, junto con Jerusalén, Alejandría y Roma. Fue también un gran centro teológico, monástico, cultural y litúrgico en la Iglesia antigua.
La Iglesia siria se separó de la comunión con el resto de la Iglesia, rechazando el Concilio de Calcedonia (451) y adoptando el monofisismo, herejía que afirma que en Cristo hay una sola naturaleza, la divina.
Posteriormente, en el siglo VI, un obispo monofisita, Jacobo Baradai, enviado secretamente por la emperatriz Teodora, organizó y estructuró a la Iglesia Siria ortodoxa, que desde entonces es conocida también como Iglesia jacobita o siro-occidental.
Los cristianos sirios que no abrazaron el monofisismo son los melquitas, de los que hablaremos en el capítulo sobre la Iglesia bizantina, ya que abandonaron el rito siriaco. Otros cristianos que conservaron el rito siriaco pero permanecieron católicos son los maronitas, de los que trataremos más adelante.
Según explica el experto Juan Nadal Cañellas, el monofisismo de la Iglesia siria fue más bien una cuestión política, para complacer a los persas frente al imperio bizantino. Sin embargo, nunca desembocó en proclamaciones heterodoxas, sino que nunca hubo un cisma real en el contenido de la fe.
De hecho, afirma, no fue difícil llegar a una declaración común, en 1984, entre el patriaca ortodoxo sirio Ignace Zakka Ivas y Juan Pablo II, en la que ambos afirman que los “malentendidos y los cismas que siguieron al concilio de Nicea... no tocan el contenido de la fe”.
A lo largo de los siglos, la Iglesia siria sufrió muchas persecuciones, a manos de los bizantinos, de los árabes, de los mongoles y finalmente, del imperio otomano. Esto, y la emigración, es el motivo por el que el numero de fieles sirios es muy pequeño.
La liturgia antioquena es muy antigua, aunque tiene mucha influencia bizantina. Entre otros rasgos, se proclaman seis lecturas, tres del Antiguo y tres del Nuevo Testamento; el beso de la paz se coloca antes de la consagración; la liturgia eucarística está llena de gestos simbólicos; el bautismo es por inmersión.
Iglesia católica siria
Durante la época de las Cruzadas, los cristianos jacobitas o sirios occidentales mantuvieron buenas relaciones con los católicos romanos, e incluso en el Concilio de Florencia (1442) se planteó una vuelta a la comunión con Roma, pero sin éxito.
En 1656 se consiguió crear la primera jerarquía reconocida por Roma, al ser elegido como patriarca el jacobita convertido al catolicismo Abdul Ahijan. Sin embargo, la línea jerárquica unida a Roma se interrumpió en varias ocasiones.
En 1782 el Santo Sínodo Ortodoxo Sirio eligió al metropolitano Miguel Jarweh como Patriarca, quien se declaró católico y tuvo que refugiarse en el Líbano huyendo de los ortodoxos, que eligieron a otro Patriarca. Con Jarweh, explica el experto del sínodo Pier Giorgio Gianazza, se restableció hasta hoy la jerarquía siro-occidental católica.
El Patriarca de Antioquía de los Sirios es actualmente Ignace Youssef III Younan, y los fieles son alrededor de 120.000. La sede está en Beirut, y su liturgia es prácticamente igual, excepto pequeños detalles, que la de los sirios ortodoxos.
Iglesia maronita
En medio de las disputas cristológicas de Calcedonia, en el siglo V, hubo un monje sirio con fama de santidad, Marón, que permaneció unido a Roma. Sus seguidores, debido a las persecuciones de los monofisitas, tuvieron que retirarse a las montañas del Líbano.
Esta Iglesia permaneció oculta hasta la llegada de los cruzados en el siglo XII, según explica Nadal Cañellas. La Iglesia de Roma la reconoció sin problemas, y sus representantes ya participaron en el Concilio Lateranense IV.
Se trata, por tanto, de la única Iglesia oriental que ha permanecido desde siempre fiel a Roma. A causa de esto, lamenta Nadal, su rito está muy latinizado.
Cuenta con unos 3,5 millones de fieles, según los datos de la última edición del Anuario Pontificio de la Iglesia.
Su cabeza actual es Pedro Sfeir de Reyfoun, con el nombre de Patriarca de Antioquía de los Maronitas, y tiene su sede en Bkerke, Líbano. Debido a la emigración, tienen importantes comunidades en Estados Unidos, México, Brasil, Canadá, Australia y Argentina.
Iglesia siro-malankar católica
Como vimos en el apartado anterior de la Iglesia caldea, los siro-orientales evangelizaron durante los siglos VII al XIII gran parte de Asia Central. De aquella gesta evangelizadora surgió la Iglesia siro-malabar, que siglos más tarde, con la llegada de los portugueses, pasó a depender de Roma.
Sin embargo, según explica Nadal, en 1665, aprovechando un cierto vacío de poder dejado por los portugueses, y con el deseo de preservar su propio rito, el archidiácono Tomás Parambil y muchos seguidores rompieron con Roma y pasó a la obediencia del patriarca ortodoxo siro-occidental.
Se creó así la Iglesia malankar ortodoxa. Sin embargo, en 1930, una parte de la Iglesia siro-malankar ortodoxa volvió otra vez bajo la obediencia a Roma.
Esta Iglesia malankar católica está presidida por el archieparca mayor de Trivandrum, llamado de manera informal Catolicós, Baselios Cleemis Thottunkal. La sede está en Trivandrum (o Thiruvananthapuram), en el estado indio de Kerala. Son unos 340.000 fieles.
Por monseñor Joan-Enric Vives, arzobispo de Urgell
URGELL, sábado, 16 octubre 2010 (ZENIT.org).- Publicamos el artículo que ha escrito monseñor Joan-Enric Vives, arzobispo de Urgell, sobre el beato John Henry Newman con el título "El corazón habla al corazón".
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Durante el viaje oficial al Reino Unido hace un mes, el Santo Padre Benedicto XVI beatificó a John Henry Newman (1801-1890), hombre de gran sensibilidad y de corazón grande, sacerdote, teólogo e intelectual muy prestigioso, pastor entregado a todos desde las parroquias que sirvió y del Oratorio donde vivió gran parte de su vida sacerdotal. Fue creado cardenal en su vejez, por León XIII, "para honrar a toda la Iglesia". Ahora es un nuevo intercesor para la Iglesia. Dados sus orígenes anglicanos, puede ser un santo que -a la manera de los jóvenes mártires de Uganda- hermanará a católicos y anglicanos en un mismo amor por Jesucristo y la Iglesia, que anhela la santidad que es Dios mismo.
Emociona su amor radical a la verdad, su respeto a la conciencia, y su convicción de que la verdad siempre es liberadora. Tuvo que vivir en un ambiente difícil para la fe, con una fuerte secularización y combates contra los creyentes. Pero él se interesó por los problemas de la fe y de las razones para la fe, sin ser un escolástico ni un racionalista. Se interesó por el acto de consentimiento de la fe, la conciencia y su derecho a la libertad, el desarrollo del dogma, la eclesiología, los laicos y el retorno a la Biblia y a los Santos Padres de la Iglesia, que paradójicamente están en primer plano en las actuales discusiones teológicas. Por todo esto, ha sido considerado como un precursor del Concilio Vaticano II.
Siempre fue un buscador de la verdad, con sus escritos, pero por encima de todo con su vida entera, ya siendo anglicano y luego como católico y sacerdote. El lema del cardenal Newman fue "cor ad cor loquitur", "el corazón habla al corazón", lema muy sugerente. Como gran intelectual y hombre de cultura que era, Newman utilizó con inteligencia la razón para entender a fondo lo que la fe propone; sin embargo, como hombre santo que también era, se dio cuenta de que sólo con el corazón se puede captar la verdad profunda de Dios y del hombre. Comprendió la vida de todo cristiano como una llamada a la santidad, como un anhelo íntimo del corazón humano a vivir en comunión con el Corazón de Dios.
Toda la vida del cardenal Newman habla de una búsqueda apasionada de la verdad, de un deseo firme de coherencia entre vida y pensamiento. Su conversión al catolicismo a los 44 años, cuando ya era considerado una celebridad en la Iglesia de Inglaterra, responde a esta sincera y radical disponibilidad hacia las exigencias que brotan del Evangelio. Para él, la religión no era sólo un asunto personal y subjetivo, tal como lo consideraba gran parte de la sociedad de su tiempo, y también del nuestro, que aún la considera así. Reconocía en el cristianismo la fuente de inspiración del presente y del futuro de la humanidad, no sólo para las personas como individuos, sino también para las sociedades y las culturas en su conjunto. En la misión eclesial de ser luz del mundo y semilla de un mundo nuevo, el cardenal Newman consideraba esencial el papel de los seglares: «Deseo laicos que no sean ni arrogantes ni imprudentes al hablar, ni alborotadores, sino que conozcan bien la propia religión, que la profundicen, que sepan bien donde están, que sepan qué tienen y qué no tienen, que conozcan el propio credo hasta el punto de que puedan dar razón de su fe».
A mí ya me había cautivado desde hace muchos años, porque llevo el mismo nombre que él (¡y no somos muchos!) y me atrae su pensamiento de gran influencia en el Concilio Vaticano II, el acontecimiento eclesial que marcó mi juventud y el período más intenso de mis estudios. El ejemplo de este nuevo beato ha sido muy importante para el Papa Benedicto XVI, tal como él mismo ha manifestado: "Newman nos enseña que si hemos aceptado la verdad de Cristo y nos hemos comprometido con Él, no puede haber separación entre lo que creemos y lo que vivimos. Todos y cada uno de nuestros pensamientos, palabras y obras, han de buscar la gloria de Dios y la extensión de su Reino".
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