miércoles, 29 de febrero de 2012

BOLETIN Nº 19-MARZO 2012



Boletín
Comunidad Ecuménica Horeb-Carlos de Foucauld
 Nº 19-Marzo 2012

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El ayuno de Cuaresma en un ambiente musulmán

Escribo estas líneas desde el Monasterio de Notre-Dame de l’Atlas, que actualmente, a consecuencia del martirio de nuestros hermanos en Argelia, se encuentra en Marruecos, donde desde 1988 ya existía una casa anexa a la de Tibhirine, con lo que fue posible el traslado de lugar de la comunidad. Desde el año 2000, el monasterio de Notre-Dame de l’Atlas se desplazó de Fez a la ciudad de Midelt, en pleno corazón de Marruecos y al pie del Alto Atlas, a más de 1500 metros de altitud en una región predominantemente berebere.  En esta ciudad, con más de 50.000 habitantes, la población cristiana es de 15 personas, contándonos a nosotros y a las dos comunidades de Franciscanas Misioneras de María. Una muy reducida presencia cristiana, en medio de una numerosa población totalmente musulmana.
 
La Cuaresma para nosotros, que vivimos rodeados de creyentes musulmanes, ha tener forzosamente un aire muy distinto del que pueda haber en medio de una sociedad, tan poco practicante de ayunos, como la nuestra. No se trata, ni mucho menos, de comparar el Ramadán con la Cuaresma, sino de aprovechar la estancia en un ambiente islámico para aplicar a nuestro ayuno aquello que pueda sernos motivo de comprender mejor el ayuno de los musulmanes y de darle a nuestro ayuno un aire, a su vez, más comprensivo para los que nos rodean.
Por supuesto, repito, que no es una comparación entre el ramadán y la Cuaresma, pues mientras el primero corresponde a un ambiente festivo, la Cuaresma es para los cristianos un tiempo de penitencia, aunque en sí sea la preparación a la Fiesta por excelencia, la Pascua.
Desde su llegada a Midelt la comunidad viene observando el ayuno de Cuaresma en forma de ayuno diurno absoluto, desde el alba hasta el atardecer, tal como celebran sus ayunos nuestros vecinos musulmanes durante su Ramadán, y en diversas ocasiones. Sería incomprensible para nuestros vecinos  decirles que estamos de ayuno y romperlo con cualquier alimento, por pequeño que sea.
No hacemos con ello nada extraño, y mucho menos una especie de “sincretismo”. Este tipo de ayuno cuaresmal lo recoge la misma Regla de San Benito en el Capítulo XLI, que cita expresamente el horario de la comida en Cuaresma. Dice así:
En Cuaresma, hasta Pascua, coman a la hora de vísperas.  Las mismas Vísperas celébrense de tal modo que los que comen, no necesiten luz de lámparas, sino que todo se concluya con la luz del día. Y siempre calcúlese también la hora de la cena o la de la única comida de tal modo que todo se haga con luz natural. 
 Pues eso es precisamente lo que venimos haciendo en esta comunidad. Es evidente que no hacemos nada nuevo a nuestra regla benedictina.  Visto lo anterior, veamos ahora que nos aporta el ayuno islámico.  Veamos cómo es el ayuno de los musulmanes, y descubriremos, -más que una diferencia o una novedad-,  que existen muchos puntos comunes con la tradición más antigua de nuestro ayuno monástico.
El ayuno musulmán es para todos los creyentes. Así, el Islam iguala a ricos y pobres en el hambre y fortalece los sentimientos de identidad de los creyentes y de su pertenencia a una misma comunidad. Respecto a esta misma motivación, escribía este año el obispo de Segovia, don Ángel Rubio:
“Quien experimenta el hambre porque voluntariamente se priva del alimento, puede llegar a comprender la injusticia que sufren quienes no tienen que comer, no un día, sino muchos, incluso meses y años de hambre. Experimentar el hambre es la fórmula pedagógica para combatirla. El ayuno para que agrade a Dios debe ir unido con el amor del prójimo y comportar una búsqueda de la verdadera justicia. Es tan inseparable de la limosna como la oración. El ayuno no es mera hazaña ascética. Debe ser un gesto cristiano, una experiencia de piedad y devoción.”
En el mes de Ramadán, durante cada día (entre el amanecer y el atardecer) deben abstenerse completamente de ingerir alimentos, beber, fumar tabaco y tener relaciones sexuales. Este sería el aspecto MATERIAL del ayuno. Pero el ayuno no es sólo la no ingesta sino también se propone un ayuno del alma, donde el practicante hace ayunar su mente, su verbo, sus manos, como tributo a Dios Todopoderoso. Este sería el otro aspecto que es el que más se desconoce y lo que realmente es más difícil, que es el AYUNO A NIVEL ESPIRITUAL: no mentir, no enfadarse, no calumniar, no gritar, no ser irrespetuoso, no hablar de nadie que no esté presente, etc. Teniendo en cuenta que esto tampoco debe hacerse durante el resto del año, en tiempo de ayuno se intenta hacerlo mejor, siendo conscientes de la naturaleza humana, falible e imperfecta, pero con la capacidad de poder intentar superarse y CAMBIAR para ser mejores.
 Este tiempo de ayuno, de forma muy especial se dedica a la contemplación y a la devoción. Los musulmanes se concentran en su fe y dedican menos tiempo a las preocupaciones cotidianas. Durante el día van a la mezquita y permanecen ahí varias horas orando y estudiando el Corán. Algunos musulmanes dedican buena parte de la noche a la oración especial del Ramadán llamada la Oración Nocturna (Taraweeh). 
Por un lado, es el mes de la sumisión y acercamiento a Dios; de la lucha contra los deseos y pasiones; del cumplimiento de las plegarias rituales y paciencia frente a las adversidades y pruebas que pueda deparar la vida. Por otro, es el mes donde se pone un énfasis especial en la caridad y atención a los sufrimientos de los más necesitados. La índole social del ayuno, por otra parte, robustece los vínculos de solidaridad y conciencia. Es una de las tantas aristas del combate interior que libra el creyente, suplir el deseo de lo mundanal por un hambre de índole espiritual, que pone en pie de igualdad a todos los creyentes y de paso, enseña de qué se trata el hambre, como para que se piense dos veces el hecho de negar comida a alguien que lo solicita teniendo la posibilidad de hacerlo.
La espiritualidad islámica dice que cada acto de adoración posee una forma externa y un secreto interno, una corteza externa y una médula interna. Las cortezas son de diferentes grados y cada grado tiene diferentes capas. Es cosa de cada uno elegir quedarse contento con la cáscara o unirse a los prudentes y sabios. Por lo que como lógicamente no todos se sienten igual de motivados a la conversión, entre los musulmanes se distingue entre un ayuno común y corriente y un ayuno más exigente. Hay un “mínimo” que es el que se refiere estrictamente a las normas externas, pero la mayoría de los buenos musulmanes quiere ir más allá hasta el ayuno de los “selectos” (sawm al-khusus), manteniendo los oídos, los ojos, la lengua, las manos y otros sentidos libres de malas acciones. Absteniéndose todo aquello que ocupe a la persona y le distraiga del recuerdo de Allah. Manteniendo la lengua libre de desvaríos, mentiras, murmuraciones, chismorreos, obscenidades, injurias, riñas e hipocresía. Cerrando los oídos a todo lo censurable porque todo cuanto es ilícito pronunciar también es ilícito escuchar. Y por supuesto, en contra de lo que se ha dicho muchas veces, de las cenas de Ramadán, evitando comer en exceso a la ruptura del ayuno.  Y después de todos estos cuidados, evitar la soberbia, quedarse en un estado de incertidumbre entre el temor y la esperanza, después de romper el ayuno, acerca de si habrá sido aceptado por Allah.
En resumen, el ayuno de los selectos es el ayuno del corazón de malos pensamientos y preocupaciones mundanas y un completo desinterés por lo que no sea Allah y el Ultimo Día. Y todo ello acompañado de Zaqat (la limosna generosa durante todo el mes), la lectura y estudio especial del Corán y los retiros a la Mezquita, especialmente los últimos diez días.
Aparte de los 30 días del mes de Ramadán existen otros ayunos, como por ejemplo los 6 días del mes de Shawwâl, ayunar el día del Ashurâ, los 10 días de Dhul_Hiyya, 3 días de cada mes, y ayunar también en el mes de Sha’bân (mes previo a Ramadán) y, para los más exigentes los lunes y los jueves. Y luego está El ayuno del “Nadr” o de las promesas que hace uno mismo ante Dios.
Como anunciábamos más arriba, existen muchas resonancias con el ayuno cristiano tradicional, que al convivir en estas tierras se recuperan y nos hacen menos distintos en las prácticas espirituales.
Para terminar recojo de nuestro tesoro cisterciense un comentario de Thomas Merton con respecto al ayuno de Cuaresma:
“Hay saludables goces naturales en la contención de sí mismo: goces del espíritu, que comparte su ligereza aun con la carne. Feliz el hombre cuya carne no carga a su espíritu sino que sólo se apoya ligeramente en su brazo como graciosa compañera.
El ayuno cristiano… Tiene parte en la obra de la salvación, y por tanto en el misterio pascual. El cristiano debe negarse a sí mismo, sea con el ayuno o de algún otro modo, para poner en claro su participación en el misterio de nuestra sepultura con Cristo para resucitar con Él a una nueva vida.
Es cierto que la actual disciplina de la Iglesia, por serias razones, ha aliviado la obligación de ayunar, y en algunos países, la ha suprimido del todo. Pero, ciertamente, el cristianismo debería desear, si es capaz de ello, participar en esa antigua observancia cuaresmal, tan necesaria para una autentica comprensión del significado del Misterio Pascual”. (Thomas Merton; Tiempos de Celebración. pág. 127-128)
Que el Señor nos acompañe con su gracia para que intentando dominar nuestro egoísmo secundemos las inspiraciones que nos vienen del cielo. Siempre unidos en Él,
Hno. José Luis, de Huerta
Desde Midelt (Marruecos)

Monasterio de "Jésus Sauveur" (Burkina Faso)
HA MUERTO EL PETIT FRÈRE EMMANUEL
El petit frère Emmanuel KOLMOGO, de la fraternidad sacerdotal de Burkina Faso, falleció dejando una fundación monástica en el carisma de Carlos de FOUCAULD: el Monasterio de Jésus Sauveur de Honda, en Sabce.
Por su pequeña estatura, pero gran corazón, parecía la viva imagen de Jesús Pequeño en la sabana burkinabè, en  la sequedad de un país muy pobre y de una gente con recursos mínimos.
Tras su tarea pastoral en la parroquia de Kongoussi, pasó un tiempo en Francia, en un monasterio preparándose personalmente para la fundación en Burkina.
Cuatro postulantes han quedado al cargo del espacio de Honda con la tarea de continuar el trabajo del petit frère Emmanuel.
El Monasterio cuenta con varias ermitas en el eremitorio de Carlos de FOUCAULD, para acoger a personas que, en soledad, deseen un tiempo de silencio o de desierto.
Él le dio el carácter de hogar abierto a todo el mundo, con la acogida fraternal de alguien que no reserva para sí mismo la gran rique
za del Evangelio y convierte en Nazaret la convivencia, la oración y el estilo monástico.
Nuestro petit frère nos ha ofrecido siempre hospitalidad y su corazón entregado a la causa de Jesús, el Salvador.
El paludismo pudo con su salud, pero nos ha dado una nueva muestra de la fortaleza de Dios en la debilidad del hombre.

Mensaje de solidaridad a las Iglesias del país sumido en la violencia
ROMA, viernes 24 febrero 2012 (ZENIT.org).- Los miembros del comité ejecutivo del Consejo Ecuménico de las Iglesias (COE) han enviado un “mensaje pastoral” a las Iglesias de Siria “en signo de solidaridad ante las terribles pruebas que estas sufren en el contexto de violencia en que está sumido actualmente el país.
El mensaje se produce mientras la situación en Siria sigue deteriorándose. Esta había sido ya evocada en una reunión, en la sede del COE en Ginebra, a los finales de diciembre de 2011. Una veintena de responsables de Iglesia sirios de diversas tradiciones cristianas habían participado en ella, recuerda el comunicado del COE.
El comité ejecutivo redactó su mensaje durante su reunión del 14 al 18 de febrero, en Bossey, Suiza. Sus miembros afirman “esperar que la violencia acabe y que del conflicto nazca un diálogo nacional, fundado en una paz acompañada de justicia, sobre la base del reconocimiento de los derechos de la persona y la dignidad humana, así como sobre la necesidad de vivir juntos en el respeto mutuo”.
El comité ejecutivo exhorta a las Iglesias miembros del COE a “emprender acciones concretas de solidaridad” en este periodo difícil. Inspirándose en la Constitución del COE, el mensaje afirma que en tanto que “comunidad fraternal de Iglesias, debemos expresar en nombre de las Iglesias nuestro deseo común de responder a las necesidades de la humanidad, abatir las barreras entre los pueblos y promover una familia humana unidad en la justicia y la paz”.


BENEDICTO XVI: JESÚS EN LA CRUZ NOS DA LA CERTEZA DE NO CAER NUNCA FUERA DE LAS MANOS DE DIOS
Palabras del papa en la audiencia general

CIUDAD DEL VATICANO, miércoles 12 febrero 2012 (ZENIT.org).- La audiencia general de Benedicto XVI, este miércoles, tuvo lugar a las 10,30 de la mañana en el Aula Pablo VI, donde el santo padre se encontró con grupos de fieles y peregrinos procedentes de Italia y del mundo. En su discurso, el papa, continuando el ciclo de catequesis sobre la oración, centró su meditación en la oración de Jesús en la inminencia de la muerte. Ofrecemos a continuación el texto íntegro del discurso del papa. Hay que señalar que la oración de abandono que rezamos la Familia Foucauld fue fruto de una meditación del hermano Carlos, que ponía en labios de Jesús la aceptación de la voluntad del Padre:
Queridos hermanos y hermanas:
En nuestra escuela de oración, el miércoles pasado, hablé sobre la oración de Jesús en la cruz tomada del Salmo 22: “Dios, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. Ahora quisiera seguir meditando sobre la oración de Jesús en la cruz, en la inminencia de la muerte y me gustaría centrarme hoy en la narración que encontramos en el evangelio de san Lucas. El evangelista nos ha transmitido tres palabras de Jesús en la cruz, dos de las cuales --la primera y la tercera--, son oraciones dirigidas explícitamente al Padre. La segunda, por el contrario, consiste en la promesa hecha al llamado buen ladrón crucificado con él; respondiendo a la oración del ladrón, Jesús le asegura: “Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso.” (Lc 23, 43). En Lucas están entrelazadas sugestivamente las dos oraciones que Jesús agonizante dirige al Padre y la acogida de la súplica que le dirige el pecador arrepentido. Jesús invoca al Padre y al mismo tiempo escucha la oración de este hombre que a menudo es llamado latro poenitens, "el ladrón arrepentido."
Detengámonos en estas tres oraciones de Jesús. La primera la pronuncia inmediatamente después de ser clavado en la cruz, mientras los soldados se están dividiendo sus vestidos como triste recompensa de su servicio. En cierto modo, con este gesto se cierra el proceso de la crucifixión. San Lucas escribe: “Llegados al lugar llamado Calvario, le crucificaron allí a él y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Jesús decía «Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen» Se repartieron sus vestidos, echando a suertes.” (23,33-34). La primera oración que Jesús dirige al Padre es de intercesión, pide perdón por sus verdugos. Con esto, Jesús cumple en primera persona lo que había enseñado en el Sermón de la Montaña cuando dijo: “Pero yo les digo a los que me escuchan: Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odien.” (Lc.6, 27) y también había prometido a los que supieran perdonar: “su recompensa será grande, y serán hijos del Altísimo” (v.35). Ahora, desde la cruz, no solo perdona a sus verdugos, sino que se dirige directamente al Padre intercediendo en su favor.
Esta actitud de Jesús encuentra una “imitación” conmovedora en el relato de la lapidación de san Esteban, el primer mártir. Esteban, llegando a su fin, “dobló las rodillas y dijo con fuerte voz: 'Señor, no les tengas en cuenta este pecado'. Y diciendo esto, murió”. (Hch 7,60): esta fue su última palabra. La comparación de la oración de perdón de Jesús con la del protomártir es significativa. Esteban se dirige al Señor resucitado y le pide que su muerte --un gesto claramente definido por la expresión “este pecado”--, no se la impute a sus asesinos. Jesús en la cruz se dirige al Padre y no solo pide perdón por sus verdugos, sino que también ofrece una lectura de lo que está sucediendo. En sus palabras, de hecho, los hombres que lo crucifican "no saben lo que hacen" (Lc. 23,34). Él sitúa la ignorancia, el "no saber", como la razón para la petición de perdón al Padre, porque esta ignorancia deja abierto el camino a la conversión, como es el caso de las palabras que dijo el centurión ante la muerte de Jesús: “Ciertamente este hombre era justo" (v. 47), era el Hijo de Dios. “Sigue siendo un consuelo para todos los tiempos y para todos los hombres el hecho de que el Señor, tanto sobre aquellos que realmente no sabían --los verdugos--, como los que sabían y lo condenaron, pone la ignorancia como la razón para pedir perdón, la ve como una puerta que se nos puede abrir hacia la conversión.” (Gesù di Nazaret, II, 233).
La segunda palabra de Jesús en la cruz reportada por san Lucas es una palabra de esperanza, es la respuesta a la oración de uno de los dos hombres crucificados con Él. El buen ladrón frente a Jesús volvió en sí y se arrepiente, se da cuenta que está frente al Hijo de Dios, que revela el rostro mismo de Dios, y le pide: “Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino” (v. 42). La respuesta del Señor a esta oración va mucho más allá de la petición y le dice: “Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso” (v. 43). Jesús es consciente de entrar directamente en la comunión con el Padre y de volver a abrir el camino al hombre hacia el paraíso de Dios. Así, a través de esta respuesta da la firme esperanza de que la bondad de Dios puede tocarnos incluso en el último momento de la vida, y que la oración sincera, incluso después de una vida equivocada, encuentra los brazos abiertos del Padre bueno que espera el regreso del hijo.
Pero detengámonos en las últimas palabras de Jesús agonizante. El evangelista dice: “Era ya cerca de la hora sexta cuando, al eclipsarse el sol, hubo oscuridad sobre toda la tierra hasta la hora nona. El velo del Santuario se rasgó por medio y Jesús, dando un fuerte grito, dijo: «Padre, en tus manos pongo mi espíritu» y, dicho esto, expiró” (vv. 44-46). Algunos aspectos de esta narración son diferentes a la imagen ofrecida en Marcos y en Mateo. Las tres horas de oscuridad no se describen, mientras que en Mateo se relacionan con una serie de eventos apocalípticos, como el terremoto, la apertura de los sepulcros, los muertos que resucitan (cf. Mt 27,51-53). En Lucas, las horas de oscuridad tienen su causa en el eclipsarse del sol, pero en ese momento se da el desgarramiento del velo del templo. De este modo, el relato de Lucas presenta dos signos, con cierto paralelismo con el cielo y el templo. El cielo pierde su luz, se hunde la tierra, mientras que en el templo, el lugar de la presencia de Dios, se rasga el velo que protege el santuario. La muerte de Jesús está explícitamente caracterizada como un evento cósmico y litúrgico; en particular, marca el inicio de un nuevo culto, en un templo no construido por hombres, porque es el mismo cuerpo de Jesús muerto y resucitado, el que reúne a los pueblos y los une en el sacramento de su cuerpo y de su sangre.
La oración de Jesús, en este momento de sufrimiento, “Padre, en tus manos pongo mi espíritu”, es un fuerte grito de extrema y total confianza en Dios. Esta oración expresa el pleno conocimiento de no ser abandonado. La invocación inicial “Padre”, recuerda su primera declaración de niño de doce años. Entonces había permanecido tres días en el templo de Jerusalén, cuyo velo ahora está rasgado. Y cuando sus padres le habían expresado su preocupación, él respondió: “Y ¿por qué me buscaban? ¿No saben que yo debía estar en la casa de mi Padre?” (Lc. 2,49). De principio a fin, lo que determina por completo el sentir de Jesús, su palabra y su acción, es su relación única con el Padre. En la cruz Él vive plenamente, en el amor, esta relación filial con Dios, que anima su oración.
Las palabras pronunciadas por Jesús, después de la invocación “Padre”, retoman una expresión del salmo 31: “En tus manos mi espíritu encomiendo” (Sal. 31,6). Estas palabras, sin embargo, no son una simple cita, sino más bien muestran una firme decisión: Jesús se “entrega” al Padre en un acto de total abandono. Estas palabras son una oración de “entrega”, llena de confianza en el amor de Dios. La oración de Jesús antes de su muerte es trágica, como lo es para cada hombre, pero al mismo tiempo, está impregnada por aquella profunda calma que viene de la confianza en el Padre y del deseo de entregarse totalmente a Él. En Getsemaní, cuando entró en la lucha final y en la oración más intensa y estaba a punto de ser “entregado en manos de los hombres” (Lc.9,44), su sudor se hizo “como gotas espesas de sangre que caían en tierra” (Lc 22,44). Pero su corazón era totalmente obediente a la voluntad del Padre, y por eso “un ángel venido del cielo” había venido a confortarlo (cf. Lc. 22,42-43). Ahora, en sus últimos momentos, Jesús se dirige al Padre, diciendo cuáles son realmente las manos a las que él entrega toda su existencia. Antes de partir para el viaje a Jerusalén, Jesús había insistido a sus discípulos: “Escuchen estas palabras: el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres” (Lc.9,44). Ahora, que la vida está por dejarlo, sella en la oración su decisión final: Jesús permitió ser entregado “en manos de los hombres”, pero es en las manos del Padre donde pone su espíritu; así, --como dice el evangelista Juan--, todo se ha cumplido, el supremo acto de amor ha llegado a su fin, al límite que va más allá del límite.
Queridos hermanos y hermanas, las palabras de Jesús en la cruz en los últimos momentos de su vida terrena ofrecen indicaciones exigentes a nuestra oración, pero abren también a una confianza serena y a una esperanza firme. Jesús que pide al Padre que perdone a aquellos que lo están crucificando, nos invita al difícil gesto de orar también por aquellos que nos hacen mal, que nos han dañado, sabiendo perdonar siempre, a fin de que la luz de Dios ilumine sus corazones; y nos invita a tener, en nuestra oración, la misma actitud de misericordia y de amor que Dios tiene hacia nosotros: “perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”, decimos todos los días en el Padre Nuestro. Al mismo tiempo, Jesús, en el momento extremo de la muerte se entrega totalmente en las manos de Dios Padre, nos da la certeza de que, mientras más duras sean las pruebas, difíciles los problemas y pesado el sufrimiento, no caeremos nunca fuera de las manos de Dios, esas manos que nos crearon, nos sostienen y nos acompañan en el camino de la vida, porque están conducidas por un amor infinito y fiel. Gracias.




jueves, 2 de febrero de 2012

BOLETÍN Nº 18 FEBRERO 2012

Boletín
Comunidad Ecuménica Horeb-Carlos de Foucauld
Nº 18-Febrero 2012
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La Iglesia nace de la oración de Jesús
Palabras del papa en la audiencia general miércoles 25 noviembre 2012
La petición central de la oración sacerdotal de Jesús, dedicada a sus
discípulos de todos los tiempos, es aquella de la futura unidad de todos los
que creerán en Él. Tal unidad no es un producto mundano. Proviene
exclusivamente de la unidad divina y viene a nosotros del Padre mediante
el Hijo y el Espíritu Santo. Jesús invoca un don que viene del cielo, y que
tiene su efecto --real y perceptible-- en la tierra. Ora “para que todos sean
uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en
nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado" (Jn 17,21). La
unidad de los cristianos, por un lado, es una realidad oculta en el corazón
de las personas que creen. Pero al mismo tiempo, esta debe aparecer
claramente en la historia, debe aparecer para que el mundo crea, tiene un
propósito muy práctico y concreto y debe aparecer para que todos sean
realmente uno. La unidad de los futuros discípulos, siendo unidad con Jesús
--que el Padre ha enviado al mundo--, es también la fuente originaria de la
eficacia de la misión cristiana en el mundo.
"Podemos decir que en la oración sacerdotal de Jesús se realiza la
institución de la Iglesia... Propiamente aquí, en la última cena, Jesús crea la
Iglesia. Por qué, ¿qué otra cosa es la Iglesia, si no la comunidad de los
discípulos que, mediante la fe en Jesucristo como enviado del Padre, recibe
su unidad y se implica en la misión de Jesús para salvar al mundo,
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conduciéndolo al conocimiento de Dios? Aquí encontramos realmente una
verdadera definición de la Iglesia. La Iglesia nace de la oración de Jesús. Y
esta oración no es sólo de palabra: es la acción por la que Él se "consagra"
a sí mismo, es decir, se "sacrifica" para la vida del mundo (cfr. Gesù di
Nazaret, II, 117s).
Jesús ora para que sus discípulos sean uno. En virtud de esa unidad,
recibida y mantenida, la Iglesia puede caminar “en el mundo” sin ser "del
mundo" (cf. Jn 17,16) y vivir la misión confiada a ella para que el mundo
crea en el Hijo y en el Padre que lo envió. La Iglesia se convierte entonces,
en el lugar donde continúa la misión misma de Cristo: llevar al "mundo"
fuera de la alienación del hombre de Dios y de sí mismo, fuera del pecado,
a fin de que vuelva a ser el mundo de Dios.
THOMAS MERTON
“Mucho más impactante que su apariencia externa, que en si misma
era distinguida, era la vida interior que manifestaba. Podía ver que era
un hombre profundamente espiritual y verdaderamente humilde. Era
la primera vez que me sentí conmovido por tal sentimiento de
espiritualidad de alguien que profesaba el cristianismo...fue Merton
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quien me introdujo, por primera vez, en el significado real de la
palabra “cristiano”.
(El Dalai-Lama acabó definiéndolo, como un “buda natural”)
Silencio y Palabra: camino de
evangelización
“El silencio es parte integrante de la comunicación y sin él no existen
palabras con densidad de contenido. En el silencio escuchamos y nos
conocemos mejor a nosotros mismos; nace y se profundiza el pensamiento,
comprendemos con mayor claridad lo que queremos decir o lo que
esperamos del otro; elegimos cómo expresarnos. Callando se permite
hablar a la persona que tenemos delante, expresarse a sí misma; y a
nosotros no permanecer aferrados sólo a nuestras palabras o ideas, sin una
oportuna ponderación. Se abre así un espacio de escucha recíproca y se
hace posible una relación humana más plena. En el silencio, por ejemplo,
se acogen los momentos más auténticos de la comunicación entre los que
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se aman: la gestualidad, la expresión del rostro, el cuerpo como signos que
manifiestan la persona. En el silencio hablan la alegría, las preocupaciones,
el sufrimiento, que precisamente en él encuentran una forma de expresión
particularmente intensa. Del silencio, por tanto, brota una comunicación
más exigente todavía, que evoca la sensibilidad y la capacidad de escucha
que a menudo desvela la medida y la naturaleza de las relaciones. Allí
donde los mensajes y la información son abundantes, el silencio se hace
esencial para discernir lo que es importante de lo que es inútil y superficial.
Una profunda reflexión nos ayuda a descubrir la relación existente entre
situaciones que a primera vista parecen desconectadas entre sí, a valorar y
analizar los mensajes; esto hace que se puedan compartir opiniones
sopesadas y pertinentes, originando un auténtico conocimiento compartido.
Por esto, es necesario crear un ambiente propicio, casi una especie de
"ecosistema" que sepa equilibrar silencio, palabra, imágenes y sonidos”.
(Benedicto XVI para la 46 Jornada Mundial de las Comunicaciones
Sociales, Vaticano, 24 de enero 2012, Fiesta de San Francisco de Sales)
http://www.bubok.es/libros/10372/SILENCIO-Y-PALABRA
El hoy del ecumenismo
y la espera de su cumplimiento
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«Trabajar con el máximo empeño en el restablecimiento de la unidad plena
y visible de todos los discípulos de Cristo» es el «apremiante deber» del
Sucesor de Pedro. El Papa Benedicto XVI pronunció estas palabras
programáticas ya en su primer mensaje después de la elección al Solio
pontificio. Al repasar los más de seis años de su ministerio petrino,
podemos constatar con gratitud que la causa del ecumenismo es el hilo
conductor de su pontificado. En sus numerosas homilías y en sus múltiples
mensajes, no sólo se refiere a la necesaria «purificación de la memoria» y
ve en la «conversión interior» el presupuesto indispensable para el
progreso del camino ecuménico, sino que además ejerce ya desde ahora, en
sus numerosos encuentros con los representantes de otras Iglesias y
comunidades cristianas, un primado ecuménico.
Este claro énfasis ecuménico en la obra del Santo Padre no puede
sorprender, si tenemos presente el hecho de que el Papa Benedicto XVI, ya
como teólogo y cardenal, se esforzó mucho por hacer avanzar el diálogo
ecuménico y lo enriqueció con
útiles reflexiones teológicas.
Naturalmente, en el marco de un
breve artículo no se pueden citar
detalladamente las distintas
contribuciones aportadas por el
Papa Benedicto XVI al
ecumenismo. Me centraré, por
tanto, en el núcleo esencial de su
compromiso ecuménico, que a
mi parecer se expresa de modo
más claro y profundo en su
interpretación de la oración sacerdotal de Jesús, «que todos sean uno», de
la que el Papa habla en su segundo libro sobre Jesús de Nazaret.
La nueva evangelización impulsada de modo especial por el Santo Padre
debe, por tanto, tener una dimensión ecuménica, dimensión a la que el Papa
Benedetto XVI ya hizo una referencia explícita al anunciar la creación del
nuevo Consejo pontificio para la promoción de la nueva evangelización
durante la celebración de las primeras Vísperas de la solemnidad de San
Pedro y San Pablo en 2010: «El desafío de la nueva evangelización
interpela a la Iglesia universal, y nos pide también proseguir con empeño la
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búsqueda de la unidad plena entre los cristianos». Dado que la nueva
evangelización consiste en acercar a los hombres al misterio de Dios y en
introducirlos en una relación personal con él, en el centro de toda nueva
evangelización debe estar la cuestión de Dios, que nosotros debemos
asumir ecuménicamente, con la convicción de que en la raíz de toda nueva
evangelización no hay un «proyecto humano de expansión», sino el deseo
«de compartir el don inestimable que Dios ha querido darnos, haciéndonos
partícipes de su propia vida» (Ubicumque et semper).
Con su compromiso ecuménico, el Papa Benedicto XVI testimonia de
modo ejemplar en qué consiste la responsabilidad ecuménica de todo
obispo en la Iglesia católica, descrita por el Codigo de derecho canónico
con las siguientes palabras: el obispo diocesano «debe mostrarse humano y
caritativo con los hermanos que no están en comunión plena con la Iglesia
católica, fomentando también el ecumenismo tal y como loentiende la
Iglesia» (can. 383 § 3). De ello se deduce en primer lugar que la promoción
de la causa ecuménica está implícita en el mismo ministerio pastoral del
obispo, que es esencialmente un servicio a la unidad, o sea, a aquella
unidad que debe entenderse de modo más amplio que la simple unidad de
la propia comunidad diocesana y que comprende también y precisamente a
los bautizados no católicos. En segundo lugar, al definir la responsabilidad
ecuménica del obispo afirmando que «debe mostrarse humano y caritativo
con los hermanos que no están en comunión plena con la Iglesia católica»,
se pone claramente el acento en el «diálogo de la caridad». En tercer lugar,
dado que este «diálogo de la caridad» no puede sustituir el «diálogo de la
verdad», sino que constituye su presupuesto indispensable, el obispo debe
promover el ecumenismo «tal y como lo entiende la Iglesia».
Estas tres orientaciones ponen de relieve que el ministerio pastoral que el
obispo realiza en favor de la unidad de su propia Iglesia es inseparable de
su ministerio pastoral ecuménico dirigido a la recomposición de la unidad
de la Iglesia y que ambas dimensiones están al servicio de la fe en
Jesucristo. Podemos y debemos dar gracias al Papa Benedicto XVI por
haber asumido, como Obispo de Roma, esta responsabilidad ecuménica de
modo tan ejemplar y creíble. Poder estar, por mandato suyo, al servicio del
ecumenismo es una alegría y un honor, pero también un desafío y un deber.
(Kurt Koch 18 de enero de 2012)