martes, 30 de agosto de 2011

Boletín nº 13 Septiembre 2011


BOLETIN
Nº 13
“COMUNIDAD ECUMÉNICA HOREB CARLOS DE FOUCAULD”
SEPTIEMBRE 2011
http://horeb-foucauld.webs.com


Mensaje vaticano a los musulmanes al final del Ramadán
“Cristianos y musulmanes: promover la dimensión espiritual del hombre”
CIUDAD DEL VATICANO, viernes 19 de agosto de 2011 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación el mensaje del presidente del Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso a los musulmanes por el final del Ramadán, titulado Cristianos y musulmanes: promover la dimensión espiritual del hombre y publicado este viernes por la Oficina de Información de la Santa Sede.
Queridos Amigos musulmanes,
1. La conclusión del mes de Ramadán ofrece al Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso la grata oportunidad de dirigiros sus deseos más cordiales de que los esfuerzos generosamente realizados durante este mes traigan todos los frutos espirituales esperados.
2. Este año, hemos creído oportuno privilegiar el tema de la dimensión espiritual de la persona humana. Se trata de una realidad que nuestras dos religiones consideran de primordial importancia, frente a los desafíos planteados por el materialismo y la secularización. La relación de todas las personas con la trascendencia no es un momento de la historia, pertenece a la naturaleza humana. ¡Nosotros no creemos en el azar, estamos convencidos –lo experimentamos- de que Dios hace nuestro camino!
3. Cristianos y musulmanes, más allá de sus diferencias, reconocen la dignidad de la persona humana dotada de derechos y deberes. Piensan que la inteligencia y la libertad son dones que deben incitar a los creyentes a reconocer estos valores que son compartidos porque están fundamentados en la misma naturaleza humana.
4. Es por eso que la transmisión de estos valores humanos y morales a las jóvenes generaciones constituye una preocupación común. Nos corresponde hacerles descubrir que existe el bien y el mal, que la conciencia es un santuario a respetar, que cultivar la dimensión espiritual hace más responsable, más solidario, más disponible para el bien común.
5. Cristianos y musulmanes son demasiado a menudo testimonios de la violación de lo sagrado, de la desconfianza de la que son objeto los que se dicen creyentes. No podemos más que denunciar todas las formas de fanatismo y de intimidación, los prejuicios y las polémicas, así como las discriminaciones de las que a veces son objeto los creyentes en la vida social y política y en los mass media.
6. Estamos espiritualmente cerca de vosotros, queridos Amigos, pidiendo a Dios que os dé energías espirituales renovadas y os presentamos nuestros mejores deseos de paz y de bienestar.
Jean-Louis Cardinal Tauran
Presidente
Arzobispo Pier Luigi Celata
Secretario
[Traducción del original francés por Patricia Navas)
Hacia el encuentro del 27 de octubre en Asís
Carta del cardenal Levada, prefecto para Doctrina de la Fe
CIUDAD DEL VATICANO, viernes 8 de julio de 2011 (ZENIT.org).- Por su interés, ofrecemos una carta del cardenal William J. Levada, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe – publicada el 6 de julio en L'Osservatore Romano –, en la que con motivo del próximo encuentro interreligioso de Asís (27 de octubre), reflexiona sobre cómo entiende la Iglesia el diálogo con las demás religiones.
El anuncio de que el próximo 27 de octubre Benedicto XVI peregrinará hacia Asís para una “Jornada de reflexión, diálogo y oración por la paz y la justicia en el mundo”, muestra que la experiencia religiosa en sus distintas formas es objeto de la atención de la Iglesia en el tercer milenio. Frente a la actual difusión del ateísmo y del agnosticismo, es necesario ayudar al hombre a salvaguardar o a reencontrar la conciencia de su vínculo elemental (re-ligio) con el origen del que proviene. Esta conciencia, que se hace naturalmente orante, es una condición de la paz y de la justicia en el mundo.
En su libro-entrevista de 1994, el beato Juan Pablo II recordaba el encuentro de Asís de 1986, afirmando que este, junto a las numerosas visitas a países de Extremo Oriente, lo había convencido, más que nunca, de que “el Espíritu Santo trabaja eficazmente incluso fuera del organismo visible de la Iglesia”. Sin embargo, consciente de la delicadeza del argumento, poco después de aquel encuentro, el 7 de diciembre de 1990, enseñaba en su encíclica Redemptoris missio, que el Espíritu “se manifiesta de modo particular en la Iglesia y en sus miembros; sin embargo, su presencia y acción son universales, sin límite alguno ni de espacio ni de tiempo”.Refiriéndose al Concilio Vaticano II, recordaba que “la acción del Espíritu en el corazón del hombre, mediante las 'semillas de la Palabra', incluso en las iniciativas religiosas, en los esfuerzos de la actividad humana encaminados a la verdad, al bien y a Dios” que prepara “a madurar en Cristo” (nº28). En la misma encíclica, después, no sólo reafirmaba la necesidad y la urgencia del anuncio de la Buena Noticia de Jesús, sino la que comparaba con una “mentalidad indiferentista, ampliamente difundida, por desgracia, incluso entre los cristianos, enraizada a menudo en concepciones teológicas no correctas y marcada por un relativismo religioso que termina por pensar que 'una religión vale la otra'” (nº36).
En plena sintonía con esta preocupación está también la reflexión teológica y pastoral de Joseph Ratzinger: ya en 1964 manifestó el intento de “definir con mayor precisión la posición del cristianismo en la historia de las religiones y así conferir de nuevo un sentido más concreto a las enunciaciones teológicas sobre la unicidad y lo absoluto del cristianismo” (J. Ratzinger, Fe, Verdad, Tolerancia. El Cristianismo y las religiones del mundo, 17).
La Congregación para la Doctrina de la Fe, por él dirigida, retomará este tema con la declaración  Dominus Iesus sobre la unicidad y la universalidad de Jesucristo y de la Iglesia. El documento, publicado el 6 de agosto de 2000, no pretendía sólo refutar la idea de una coexistencia interreligiosa en la que varias “creencias” serían reconocidas como vías complementarias a la fundamental que es Jesucristo (cfr. Juan 14, 6); pretendía, más profundamente, establecer las bases doctrinales de una reflexión sobre la relación entre el cristianismo y las religiones. Por su relación única con el Padre, la persona del Verbo encarnado es absolutamente única; la obra salvífica de Jesucristo que se prolonga en su Cuerpo, la Iglesia, y también esta es única con respecto a la salvación de todos los hombres. Para ejercitar esta obra, tanto en los cristianos como en los no cristianos, está siempre y sólo el Espíritu de Cristo que el Padre da a la Iglesia “sacramento de salvación”: por esto, no hay, en orden a la salvación, vías complementarias a la única economía universal del Hijo hecho carne, aunque fuera de la Iglesia de Cristo se encuentran elementos de verdad y de bondad (Nostra aetate, 2; Ad gentes, 9).
El encuentro de Asís tuvo una segunda edición el 24 de enero de 2002. En aquella ocasión el cardenal Ratzinger sintió la necesidad de aclarar ulteriormente el significado, haciéndose intérprete de los que se interrogan seriamente a este propósito: “Se puede hacer esto? ¿No será que se le da a la mayoría de la gente la ilusión de una comunión que en realidad no existe?¿No se favorece así el relativismo, la opinión de que en el fondo sólo están las diferencias penúltimas que se interponen entre las religiones?¿No se debilita así la seriedad de la fe y de este modo se aleja a Dios de nosotros?¿no se refuerza el sentimiento de haber sido abandonados?” (Fe, Verdad, Tolerancia, 111). El lector podrá hacerse sus propias puntualizaciones, que no han perdido actualidad. Aquí queremos, sobre todo, preguntarnos: ¿por qué, si estaba tan atento a las posibles interpretaciones erróneas de su beato predecesor, Benedicto XVI ha considerado oportuno peregrinar a Asís en ocasión de un nuevo encuentro por la paz y la justicia en el mundo?.
Una primera indicación la encontramos en el recuerdo del cardenal Ratzinger con respecto al encuentro de 2002. a raíz de la manifestación, él evocaba la figura del hombre vestido de blanco, ya anciano, sentado junto a los demás en el tren hacia Asís: “Hombres y mujeres, que en la vida cotidiana, a menudo se enfrentan los unos a los otros con hostilidad y parecen divididos por barreras infranqueables, saludaban al Papa, que, con la fuerza de su personalidad, la profundidad de su fe, la pasión que destilaba por la paz y la reconciliación, logró lo imposible gracias al carisma de su oficio: convocar, unidos en una peregrinación por la paz, a representantes de la cristiandad dividida y representantes de diversas religiones” (30 Giorni, 1/2002). La religión está muy lejos de distraer de la edificación de la ciudad terrena, sino que empuja al compromiso por ella. Para nosotros los cristianos, esto significa, sobre todo, interceder a Dios, dejando que los demás, a pesar de su diversidad -creyentes y no creyentes, también invitados al próximo encuentro en Asís- se unan a nosotros en la búsqueda de la paz y de la justicia en el mundo. Y, añadía el entonces cardenal, “si nosotros como cristianos emprendemos el camino hacia la paz al ejemplo de San Francisco, no debemos temer el perder nuestra identidad: es entonces cuando la encontramos” (ibidem). No se trata, en resumen, de esconder la fe para encontrar la ventaja de una unidad superficial, sino de confesar -como entonces hizo Juan Pablo II y el Patriarca ecuménico- que nuestra paz es Cristo, y que por esto el camino de la paz es el camino de la Iglesia. El rostro del “Dios de la paz” (Rm 15,33), dice el entonces Joseph Ratzinger, “se ha hecho visible a nosotros cristianos por la fe en Cristo” (ibidem). Y esta paz es una plenitud no sólo ofrecida y transmitida (cfr. Juan 20,19), sino desde siempre acogida por la “Ecclesia sancta et immaculata” (Ef 5,27), como don y como deber con respecto del mundo, que “es teatro de la historia del género humano” (Gaudium et spes, 2). Nos lo recuerda el Concilio Vaticano II: “ obediente al mandato de Cristo y movida por la caridad del Espíritu Santo, se hace plena y actualmente presente a todos los hombres y pueblos para conducirlos a la fe, la libertad y a la paz de Cristo” (Ad gentes, 5). Ya que “todos los hombres están llamados a la unidad con Cristo”(Lumen gentium, 3), la Iglesia debe ser fermento de esta unidad para la humanidad entera: no sólo con el anuncio de la Palabra de Dios, sino con el testimonio vivido de la íntima unión de los cristianos con Dios. Y esta es la auténtica vía de la paz.
El eslogan elegido para la próxima Jornada de Asís -Peregrinos de la verdad, peregrinos de la paz- nos ofrece una segunda indicación: para que se pueda esperar realmente, construir, unidos, la paz, es necesario poner los criterios en la verdad. “El ethos sin el logos no existe” (J. Ratzinger, Os he llamado amigos. La compañía en el camino de la fe, 71). Instruido por las dolorosas experiencias de las ideologías totalitarias, el Papa aborrece toda forma se subordinación de la razón a la praxis. Pero hay más. El vínculo original entre el ethos y el logos, y entre religión y razón, tiene su raíz fundamental en Cristo, el Logos divino: Exactamente por esto el cristianismo es capaz de restituir al mundo este vínculo, participando como signo veraz y eficaz de Jesucristo, en su única misión de salvación (cfr. Lumen gentium, 9). Y por tanto, hay que rechazar decididamente “este relativismo que afecta en mayor o menor grado ala doctrina de la fe y a la profesión de fe” (Os he llamado amigos, 71). Pero esto, lejos de constituir un desprecio de las diversas expresiones religiosas o de la dimensión ética, es una apreciación: “Debemos intentar encontrar una nueva paciencia -sin indiferencia- los unos con los otros y por los otros; una nueva capacidad de dejar de ser lo que es el otro y la otra persona; una nueva disponibilidad para diferenciar los planos de la unidad y, por tanto, llevar a cabo los elementos de unidad que en este momento son posibles” (ibidem). No es posible la paz sin la verdad y viceversa: la actitud hacia la paz constituye un auténtico “criterio de verdad” (J.Ratzinger, Europa. Sus fundamentos hoy y mañana, 79).
Publicado el 01.07.2011
Presidente del Pontificio Consejo para la Unidad de los Cristianos
DARÍO MENOR | “El diálogo necesita mucha paciencia y mucha sensibilidad diplomática”. Esta es una de las claves que ofrece el cardenal suizo Kurt Koch, presidente del Pontificio Consejo para la Unidad de los Cristianos, para que tenga éxito el ecumenismo, una de las prioridades del pontificado de Benedicto XVI.
Con gran experiencia en la relación con las otras Iglesias, con el islam y con el judaísmo tras su paso por el vértice del episcopado helvético y del Consejo Suizo de Religiones, Kurt Koch destaca la “generosidad” del Papa al permitir que comunidades cristianas como la anglicana entren en comunión con Roma conservando su liturgia. “Siempre digo que si quieren entrar en nuestra Iglesia, no deben dejar nada. Pueden traer toda su fe y espiritualidad y aquí recibirán todavía más”, apunta el cardenal.
Abierto y con sólida formación, ha madurado gracias a la experiencia en su país una sólida opinión sobre cómo favorecer la integración de los inmigrantes musulmanes en Europa. “Para ellos, el problema es nuestra sociedad absolutamente secularizada. Una sociedad que quiere que la religión sea solo una cosa privada no es capaz de entablar un diálogo interreligioso”.
- Su dicasterio mantiene conversaciones con quince comunidades cristianas diferentes. ¿Cómo se organiza el trabajo?
- Tenemos dos sectores: el del Este y el del Oeste. El primero se dedica al diálogo con los ortodoxos, con quienes mantenemos la Comisión Internacional para el Diálogo entre ambas Iglesias. Dimos un gran paso adelante en Rávena, donde católicos y ortodoxos declararon que la Iglesia necesita un protagonismo entre pares a nivel local, regional y universal. Hemos hablado sobre cómo fue realizado el primado del obispo de Roma durante el primer milenio, que es común para ambos. Establecimos dos semanas de diálogo, una en Chipre y otra en Viena, para profundizar sobre esta cuestión histórica, pero luego los ortodoxos no quisieron continuar.
- ¿Cuántos años o siglos deberemos esperar para ver un acercamiento más intenso con la Iglesia ortodoxa?
- Se deben dar todavía algunos pasos. Nosotros hemos decidido continuar con una disposición más teológica, entre primado y sinodalidad de la Iglesia. Tenemos que ver cómo va en el futuro el trabajo de la citada Comisión para el Diálogo.
Ortodoxos y anglicanos
- ¿Dónde encuentra la Iglesia católica un interlocutor más abierto con el mundo ortodoxo: en el Patriarcado de Constantinopla o en el de Moscú?
- Estuve en Estambul para la gran fiesta de San Andrés, cuando me reuní con el Patriarca Ecuménico de Constantinopla. Bartolomé I es un hombre muy gentil y muy abierto al ecumenismo, sobre todo respecto a la Iglesia católica. Ofreció una gran hospitalidad en su patriarcado durante los dos días en que celebramos la festividad de San Andrés. Fue un viaje muy bueno. En marzo visité a Kiril I, Patriarca de Moscú. Conozco desde hace mucho tiempo al Metropolita Hilarión, y sé que con ellos podemos discutir bien los pasos futuros. Para mí es muy importante tener relaciones personales con todos los interlocutores. Solo así puede alcanzarse el objetivo último de este diálogo: la plena comunión eclesial. En el último milenio, las dos Iglesias han evolucionado por vías distintas: por nuestra parte se ha acentuado el papado, mientras que los ortodoxos han desarrollado la autonomía.
- El Papa ya ha visitado Turquía. ¿Piensa que podemos imaginar un viaje de Benedicto XVI a Rusia o Ucrania?
- Podemos imaginar cualquier cosa. En cualquier caso, antes de esperar algo así, habrá que esperar a las próximas conversaciones que mantendremos en Moscú.
- Hablemos ahora del sector Oeste. ¿Cómo está siendo la relación con los anglicanos después de la creación del Ordinariato para los miembros de esta Iglesia que desean su comunión con el catolicismo?
- Aquí en Roma, en la Curia, hacemos una diferencia entre los obispos, sacerdotes y fieles anglicanos que quieren entrar en la Iglesia católica, que tratan con la Congregación para la Doctrina de la Fe, mientras que nuestro Pontificio Consejo continúa trabajando en el diálogo ecuménico. Es previsible ahora que en otros países suceda lo mismo que ya ha ocurrido con los anglicanos del Reino Unido. Si estos anglicanos quieren entrar en nuestra Iglesia, el Santo Padre no puede decir que no. El Papa debe abrir la puerta. Pienso, además, que Benedicto XVI es muy generoso cuando dice a estos cristianos que pueden venir a nuestra Iglesia conservando su liturgia. Supone una gran apertura. Esta situación es el fruto del diálogo ecuménico, el cual ha mostrado que muchas cosas son comunes entre la Iglesia católica y la anglicana. Pensemos, además, que se trata de una situación dolorosa, pues, para nosotros, católicos, es importante también que la Iglesia anglicana esté unida.
- ¿Cuáles son los países, además del Reino Unido, donde se está trabajando para que las comunidades anglicanas que lo deseen entren en comunión con el catolicismo?
- No lo sé. No puedo decírselo de forma precisa, ya que no soy yo el responsable. Algunas comunidades anglicanas vienen a nosotros, pero la responsabilidad, como le digo, es de la Congregación para la Doctrina de la Fe.
- Hablaba antes de la importancia del ecumenismo, que ahora permite recoger frutos en la relación con los anglicanos. ¿Será este caso un modelo para futuros acercamientos entre la Iglesia católica y otros cristianos?
- No se puede decir nada preciso porque no hay ninguna invitación de nuestra Iglesia a las otras comunidades para que vengan a nosotros. Son las otras Iglesias las que nos lo piden.
- Su experiencia ecuménica en Suiza ha pesado en la decisión de Benedicto XVI de situarle al frente del Pontificio Consejo para la Unidad de los Cristianos. ¿Qué bagaje tiene de su paso por la presidencia de la Conferencia Episcopal helvética y por el Consejo Suizo de Religiones?
- Lo primero que me dijo el Papa después de proponerme esta responsabilidad fue que quería un obispo que conociese las Iglesias que han nacido de la Reforma, no solo a través de los libros, sino de la propia experiencia. El Santo Padre tiene mucho interés en el diálogo con las Iglesias nacidas de la Reforma. Hay un gran mundo dentro de la Reforma. Entre sus Iglesias no se ven grandes tendencias de unificación, sino que, por el contrario, se va hacia una mayor fragmentación. Esto supone un problema para nuestro Pontificio Consejo, ya que todas las nuevas comunidades quieren mantener un diálogo con nosotros. Aquí tenemos las puertas abiertas a todos los que quieren dialogar pero, por otro lado, hay que ser prudente, ya que la confederación mundial de los luteranos y los reformadores se entristece porque nosotros hablemos con estas nuevas comunidades, que no están unidas a esta confederación.
Abiertos al diálogo
- Se trata entonces de una diplomacia del diálogo…
- El diálogo necesita mucha paciencia y mucha sensibilidad diplomática.
- Hablaba antes de la generosidad del Papa cuando ha permitido el retorno de los anglicanos a la comunión con Roma respetando su liturgia y su especificidad. ¿Cómo enriquece a la Iglesia católica esta nueva comunidad?
- Se debe hacer una diferencia entre la Iglesia anglicana y las Iglesias de la Reforma, ya que el inicio de aquella no viene de la Reforma de Lutero, sino que se debe todo a una cuestión privada del Rey de Inglaterra de entonces, a quien el Papa no le reconoció su segundo matrimonio. Los anglicanos siempre estaban más cercanos a Roma que los otros cristianos reformistas. Siempre digo respecto a estas otras comunidades que si quieren entrar en nuestra Iglesia, no deben dejar nada. Pueden traer toda su fe y espiritualidad y aquí recibirán todavía más.
- ¿Qué significan estas adhesiones para un católico? ¿Son una muestra de que su Iglesia está abierta a todos?
- Sí. Pienso también que, en el ecumenismo, una conversión siempre debe ser posible. Una conversión es una cuestión de conciencia de una persona sola y nosotros debemos respetar estas decisiones de conciencia.
- Ha habido voces que afirman que los anglicanos que han pedido la comunión con Roma son demasiado conservadores. ¿Está de acuerdo?
- Depende de cómo se defina ser conservador. Esta ruptura de la comunidad anglicana se debe a cuestiones que también sufre nuestra Iglesia. Son, sobre todo, por la ordenación de las mujeres y por la bendición a la unión entre dos hombres, por lo que no hay diferencia con el matrimonio entre un hombre y una mujer. Los que vienen con nosotros están convencidos de que nuestra Iglesia se mantendrá fiel a las tradiciones, aunque sabemos que en la Iglesia católica tenemos los mismos problemas.
- El nombramiento del luterano suizo Werner Arber como presidente de la Academia Pontificia de Ciencias ha sido un gesto hermoso. ¿Podemos esperar más gestos similares?
- No pienso que, en primer lugar, sea necesario tener la misma confesión cuando se trata de expertos en los diversos campos de nuestra sociedad y de nuestra ciencia. Si un hombre es experto en un campo científico determinado, pienso que es un buen gesto que el Papa le elija para desempeñar una responsabilidad.
El fruto del Vaticano II
- ¿Aunque se trate de una persona que sea de otra confesión?
- Si es necesario, por ejemplo para el diálogo ecuménico, pienso que no sería un problema, aunque yo no soy el responsable de nombrar a estas personas.
- Se habla mucho del ecumenismo en la Curia, pero ¿piensa que le interesa al católico de a pie?
- Sí, este es el gran fruto del Concilio Vaticano II, tras el cual el ecumenismo se ha convertido en una realidad en las parroquias, en los movimientos y en todos los sectores de la Iglesia. Muchos se han comprometido en este desafío ecuménico. Hay fieles en la Iglesia católica que piensan que el ecumenismo avanza demasiado despacio. Otras personas sostienen que este perjudica a la Iglesia. Hay creyentes de todas las tendencias, aunque creo que la mayoría está a favor del ecumenismo. Juan Pablo II, quien lo llevaba en el corazón, decía que el movimiento ecuménico es irreversible, no tenemos una alternativa, porque es un mandamiento de nuestro Señor.
- Permítame que le haga una pregunta relativa a su anterior responsabilidad como presidente de la Conferencia Episcopal Suiza. Su país es un buen ejemplo de lo que está ocurriendo en Europa con el desafío de la integración de inmigrantes que practican otras religiones. Cuenta, además, con diferentes Iglesias. ¿Cómo cree usted que resulta más fácil la convivencia: a través de comunidades que estén bien diferenciadas o por medio de la asimilación?
- En Suiza existe una buena convivencia ecuménica. El 42% de la población es católica mientras que el 39% es protestante, más o menos. La convivencia entre ambas comunidades es muy buena. Pienso que ocurre lo mismo con las otras religiones: hay una apertura. La votación sobre los minaretes de las mezquitas era un caso especial. La presencia de los musulmanes en nuestra sociedad y en nuestra cultura no está exenta de problemas. Creo que los políticos no han estimado de forma suficiente este problema. Si la gente puede votar sobre una cuestión específica, da una respuesta general. En Suiza, la gente votó sobre diversas cuestiones, no sobre los minaretes. Han dado una señal mostrando que no es adecuado cómo se ha tratado hasta ahora esta cuestión.
- ¿Cómo debe tratarse, en su opinión, entonces a los inmigrantes musulmanes en la sociedad europea?
- Es necesario que haya una profundización de un diálogo interreligioso auténtico. Este es el gran desafío de nuestros países, porque en sus sociedades está muy latente la tensión de privatizar la religión. Se intenta mostrar que esta es algo privado del individuo y que no tiene una dimensión pública. Esta concepción de la religión no ayuda al diálogo interreligioso.
Símbolos religiosos
- ¿Piensa que sería más fácil la integración de los inmigrantes musulmanes, que tienen una clara identidad religiosa, si los europeos tuviéramos también una identidad religiosa clara, en nuestro caso cristiana?
- Sí. Para los musulmanes que vienen a nuestros países, el problema no son los cristianos, sino una sociedad absolutamente secularizada. Una sociedad, que, repito, quiere que la religión sea solo una cosa privada, no es capaz de entablar un diálogo interreligioso. Este es, para mí, el gran desafío. Nuestra sociedad está llena de signos públicos, de la policía, del ejército, de la música y de todo tipo de asociaciones. Ninguna tiene problemas para mostrar sus signos en la publicidad. Los únicos que provocan problemas son los signos religiosos. Esta situación muestra que nuestra sociedad no tiene una relación sana con la dimensión de la religión. Es un gran obstáculo para la integración de personas de otras religiones.
En el nº 2.760 de Vida Nueva.
OLEGARIO GONZÁLEZ:
«ESPAÑA ES HOY MÁS CATÓLICA QUE HACE 50 AÑOS»
Dirige un seminario sobre cristianismo
Es sacerdote y teólogo. Tiene el Premio Ratzinger de Teología 2011. «Hay nacionalismos que para elevar su dignidad, desprecian, reducen y esclavizan a los demás», afirma.
 Actualizado 12 julio 2011.- Nieves Bolado/El Diario Montañes


Es, casi con seguridad, el teólogo más importante que tiene España. El Papa Benedicto XVI se refiere a él como «mi amigo Olegario». Olegario González de Cardedal. ´Premio Ratzinger´ de Teología, se encuentra en Santander dirigiendo el seminario ´El hombre en alternativa. Postmodernidad y cristianismo en España´.
-Fundó la Escuela Karl Rahner-Han von Baltasar dándole el nombre de dos teólogos. ¿Su objetivo?
-Tomar el pulso cada año de la teología y cultura españolas y ponerlas en diálogo. Saber cómo se interaccionan en España un tipo de cultura nueva, la postmodernidad, y el cristianismo en el siglo XX.
-Explíquelo para un profano.
-La modernidad propuso devolver al hombre su protagonismo en la Historia, su dignidad, su libertad y su emancipación. Esos grandes ideales perdieron su legitimidad en la segunda mitad del siglo XX porque el progreso, la paz y la felicidad prometida no llegaron y sí lo hicieron una sucesión de guerras europeas que hasta la de los Balcanes costaron 150 millones de víctimas de todo tipo, y con ellas, la muerte de esas grandes promesas.
-¿Qué hemos perdido en el último siglo?
-Dios ha dejado de tener peso en las conciencias humanas y con ello lo que da sentido a la vida: verdad, fundamento, futuro, esperanza... Hemos quedado reducidos a vivir exclusivamente a la inmediatez, buscando ídolos.
-Ponga nombre a esos ídolos.
-Por ejemplo, los nacionalismos elevados. La nación, la raza, el progreso, fueron los ídolos a los que se hizo servir a la humanidad y que propiciaron las guerras en el siglo XX.
-Pero los nacionalismos no siempre son una amenaza.
-En efecto. Hay una conciencia de identidad de origen, de cultura propia, cuya reivindicación es legítima; pero hay nacionalismos que para elevar su dignidad se enfrentan, desprecian, reducen y esclavizan a los demás, obligándolos a integrarse en un proyecto que no es el único de una región o de un país.
-¿Incluidos los españoles?
-En la medida que sean reales nacionalismos, valen igual. Elevan al absoluto realidades que en principio son legítimas, pero que no son las únicas que integran la historia y la realidad de nuestra sociedad.
-¿Cuando se comenzó a diluir el catolicismo en España?
-No se ha diluido. Una cosa es la superficie, la espuma ante la que ahora estamos. Creo que hay más vida católica y cristiana en la España de hoy que en la de hace 50 años.
La medición de las conciencias, de la fe profunda, es muy difícil. No porque hayan dejado de aparecer juntos en los salones de los ayuntamientos el gobernador y el obispo, España ha dejado de ser católica. Ahora hay más decisión personal, más grupos de vida, más movimientos decididamente católicos que hace 50 años, con más implicación en la vida personal que en la manifestación pública.
La democracia llegó a España al final de un largo proceso de preparación a la espera de que muriera el dictador, por eso no se produjo una ruptura, porque llegó con la maduración histórica a la que contribuyó el Concilio Vaticano II, al invitar a los católicos a la libertad y a la participación pública.
-¿Hasta qué punto algunas decisiones políticas pueden ser minas contra la sociedad católica?
-La Iglesia existe desde hace 20 siglos. Ha conocido muchas experiencias y la actual situación política española es una minucia en toda esta historia. Por el contrario, hay una gran oportunidad si esas actitudes nos provocan una mayor conciencia y fidelidad religiosa.
-La juventud no está ahí.
-Y no son los responsables. Es la sociedad la que debe reflexionar y preguntarse qué no hace por ellos. ¿Qué les ofrece? Ése es el gran desafío, el de una sociedad que no tiene huecos para integrar la vitalidad que crece. Es el drama de cinco millones de parados que daña en especial a los jóvenes. La falta de trabajo es ausencia de esperanza y dignidad.
-Pues no parece que busquen en la Iglesia una referencia.
-Yo pregunto si la buscan en otros niveles de la sociedad: ¿En la cultura, en la política, en el arte? No. En la Iglesia repercute la misma pasividad, la falta de interés y de ilusión de la juventud por todo. A la vez hay grupos, y no pequeños, ni pocos, de entrega plena al servicio de marginados, de los ancianos... en el seno de la Iglesia.
-¿Que es el 15-M para un teólogo?
-Un reflejo de la situación espiritual de España con una juventud sin trabajo en la que los proyectos políticos de carácter social han desparecido. Es un grito para decir ´existimos´, ´cuenten con nosotros´, ´nos vamos a quedar en una adolescencia eterna´. Hay que preguntarse qué se ha hecho en la economía española para tener cinco millones de parados, preguntarse qué no se ha hecho para frenar esta crisis que otros países del mismo horizonte financiero ya están superando.
-¿Ratzinger o Woytila?
-Woytila era un pastor, un guía de multitudes, un hombre de teatro en el más noble sentido de la palabra, en el que el gesto, la sonrisa era comunicación. Ratzinger es un profesor, un teólogo, la reflexión.
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