Boletín
Comunidad Ecuménica Horeb-Carlos de Foucauld
Nº 9 – Mayo - AÑO 2011
http://horeb-foucauld.webs.com
La misión en el desierto de hoy por Gianni Valente |
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En los primeros años del siglo XX, a un francés amante de la literatura y de la vida aventurosa, famoso explorador, le aconteció vivir una de las aventuras cristianas más sugestivas del siglo pasado. Charles de Foucauld, el monje que sin ayuda construía tabernáculos en el desierto argelino para «transportar» a Jesús a los que no lo conocían ni lo buscaban, que murió a manos de los mismos tuáregs con los que había decidido vivir, en el silencio y en la oración, sin haber conseguido que ni uno de ellos se hiciera cristiano, será proclamado beato de la Iglesia este año.
En las filas cada vez más nutridas de los canonizados, De Foucauld parece a simple vista pertenecer a la categoría de los santos extremos, los que vigilan las tierras de frontera de la aventura cristiana en el mundo. Y, sin embargo, precisamente su historia irrepetible constituye un don de aliento y consuelo.
30Días ha hablado de esto con el cardenal Walter Kasper, presidente del Consejo pontificio para la promoción de la unidad de los cristianos, que es además un viejo amigo de Charles de Foucauld.
En las filas cada vez más nutridas de los canonizados, De Foucauld parece a simple vista pertenecer a la categoría de los santos extremos, los que vigilan las tierras de frontera de la aventura cristiana en el mundo. Y, sin embargo, precisamente su historia irrepetible constituye un don de aliento y consuelo.
30Días ha hablado de esto con el cardenal Walter Kasper, presidente del Consejo pontificio para la promoción de la unidad de los cristianos, que es además un viejo amigo de Charles de Foucauld.
Charles de Foucauld llegaba a Tamanrasset eKarl Jaspers-Foucauldn 1905, hace justo cien años, su meta definitiva, en el desierto argelino. Sé que siente usted predilección por la figura de De Foucauld y que ocupa un puesto especial en su vida de cristiano y de sacerdote. ¿Cómo lo conoció?
WALTER KASPER: En mis años de profesor de Teología en la Universidad de Tubinga me veía a menudo con un grupo de sacerdotes miembros y amigos de la comunidad “Jesus Caritas”, sacerdotes que seguían la espiritualidad de Charles de Foucauld. Participaba regularmente en sus reuniones mensuales que comprendían varios momentos: révisión de vie, lectura y meditación de la Sagrada Escritura, celebración y adoración eucarística y, por último, una cena fraternal. Fascinado por la figura de Charles de Foucauld fui a Argelia, a la montaña de Hoggar, donde había vivido él, y allí, en una cabaña en medio a la soledad de la montaña, hice mis ejercicios espirituales. Me acuerdo de que todas las tardes un ratoncito de ojos vivaces me visitaba para comer un poco de mi pan. En Tamanrasset, aunque también en otras partes, por ejemplo en Nazaret o aquí en Roma, me ha llamado siempre la atención la vida de las Pequeñas hermanas de Charles de Foucauld, su vida en la pobreza evangélica entre los pobres y su vida de adoración eucarística. Para comprender mejor la espiritualidad de Charles de Foucauld me han ayudado mucho los escritos de René Voillaume; algunos aspectos de esta espiritualidad han entrado también en mi libro Jesús, el Cristo.
En aquellos años, en los que participaba usted en las reuniones de los grupos “Jesus Caritas”, ¿qué es lo que más le impresionaba de Charles de Foucauld? ¿Por que consideraba interesante y actual su vida?
KASPER: Me veía con ese grupo de sacerdotes en una casa de monjas franciscanas que estaba en las afueras de Tubinga, en una zona muy bonita. Me conmovió la auténtica espiritualidad evangélica, espiritualidad de Nazaret, espiritualidad del silencio, de la escucha de la Palabra de Dios, de la adoración eucarística, de la sencillez de la vida y del abrazo fraternal. Más tarde comprendí la actualidad y la ejemplaridad del testimonio de Charles de Foucauld para los cristianos y el cristianismo en el mundo de hoy. Charles de Foucauld me parecía interesante como modelo para realizar la misión del cristiano y de la Iglesia no sólo en el desierto de Tamanrasset, sino también en el desierto del mundo moderno: la misión mediante la simple presencia cristiana, en la oración con Dios y en la amistad con los hombres.
Si lo juzgamos por los resultados inmediatos, De Foucauld parece un perdedor. Durante su vida en el desierto no hubo conversiones al cristianismo entre los tuáregs. ¿Qué sugiere proponer su historia ahora?
KASPER: El filósofo y teólogo judío Martin Buber ha dicho que el éxito no es uno de los nombres de Dios. Tampoco Jesucristo en su vida terrenal tuvo éxito; al final murió en la cruz, y sus discípulos, menos Juan y su madre María, se alejaron y lo abandonaron. Humanamente hablando, el Viernes santo fue un fracaso. La experiencia del Viernes santo forma parte de la vida de todos los santos y de todos los cristianos. Esto puede ser de consuelo para muchos sacerdotes que sufren por la falta de resultado inmediato, porque en nuestro mundo occidental, pese a todos los esfuerzos pastorales realizados, las iglesias están cada vez más vacías los domingos y la sociedad más descristianizada. Muchos tienen la impresión de predicar a oídos sordos. En esta difícil situación, el ejemplo de Charles de Foucauld puede ser de gran ayuda para muchos sacerdotes.
KASPER: El filósofo y teólogo judío Martin Buber ha dicho que el éxito no es uno de los nombres de Dios. Tampoco Jesucristo en su vida terrenal tuvo éxito; al final murió en la cruz, y sus discípulos, menos Juan y su madre María, se alejaron y lo abandonaron. Humanamente hablando, el Viernes santo fue un fracaso. La experiencia del Viernes santo forma parte de la vida de todos los santos y de todos los cristianos. Esto puede ser de consuelo para muchos sacerdotes que sufren por la falta de resultado inmediato, porque en nuestro mundo occidental, pese a todos los esfuerzos pastorales realizados, las iglesias están cada vez más vacías los domingos y la sociedad más descristianizada. Muchos tienen la impresión de predicar a oídos sordos. En esta difícil situación, el ejemplo de Charles de Foucauld puede ser de gran ayuda para muchos sacerdotes.
¿De qué manera se expresa esta ayuda?
KASPER: Podemos aprender que no se trata de nuestra misión o, por así decirlo, de nuestra empresa misionera, de una hegemonía cultural o de la ampliación de un imperio eclesial con estrategias sofisticadas y perfeccionadas de pedagogía, psicología, organización o cualquier otro método. Debemos hacer, por supuesto, lo que podamos, y podemos usar incluso métodos modernos, pero al final se trata de la misión de Dios mediante Jesucristo en el Espíritu Santo. Nosotros somos sólo el recipiente y el instrumento mediante el cual Dios quiere estar presente; al final es Él quien debe tocar el corazón del otro; sólo Él puede convertir el corazón y abrir los ojos y los oídos. Así, en la presencia, en la oración, en la vida sencilla, en el servicio y en la amistad humana, como la que vivió Charles de Foucauld con los tuáregs, el Señor mismo está presente y actúa. Hemos de confiar en Él y dejarle la decisión de cómo, cuándo y dónde quiere convencer a los demás y reunir a su pueblo.
Esto era lo que De Foucauld vio que había sucedido en su historia personal.
KASPER: Escribe en una meditación de noviembre de 1897: «Todo esto era obra tuya, Señor, y solamente tuya… Tú, Jesús mío, mi salvador, tú lo hacías todo, dentro de mí y fuera de mí. Tú me has atraído a la virtud con la belleza de un alma en la que la virtud me pareció tan bella que cautivó irremediablemente mi corazón… Me has atraído a la verdad con la belleza de esa misma alma». No podemos desde luego considerar a Charles de Foucauld el único modelo de misión para todas las situaciones, hay también otros santos ejemplares, como por ejemplo Francisco Javier, Daniel Comboni y muchos más, que representan otro tipo y otro carisma misionero. Las situaciones misioneras son diversas al igual que los retos y las respuestas. De todos modos, creo que Charles de Foucauld no es sólo un modelo para la misión en el desierto entre los musulmanes, sino también en el desierto moderno. Es emblemático que Teresa de Lisieux haya sido proclamada patrona de las misiones, ella, una joven monja carmelita, que no salió del Carmelo y no estuvo nunca en un país de misión; y, sin embargo, prometió dejar caer una lluvia de rosas desde el cielo después de su muerte.
No son raros los llamamientos a la misión, pero a menudo parecen abstractos y a veces incluso agotadores.
KASPER: También los cristianos somos hijos de nuestro tiempo; queremos planificar, hacer, organizar, controlar los resultados… Charles de Foucauld nos sugiere otra manera: imitar y vivir la vida de Jesús en Nazaret. Podríamos preguntarnos: Jesús, treinta años de vida oculta en Nazaret de los 33 que vivió, ¿fue acaso un tiempo perdido? Precisamente la realidad cotidiana, la realidad ordinaria es el verdadero espacio donde se manifiesta el don de la vida cristiana. Al respecto podemos recordar un pasaje importante de la constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen gentium, en el párrafo 31, donde el Concilio habla de la misión de los laicos y dice que los laicos son fieles que viven en el siglo, es decir, en las condiciones ordinarias como el trabajo y las otras actividades diarias. «Allí, en las condiciones ordinarias de su vida manifiestan a Cristo por la irradiación de la fe, la esperanza y la caridad». A veces tenemos la idea equivocada de que para ser una laico comprometido en la misión se ha de ser un empleado eclesiástico, que en lo que le es posible participa en las tareas del sacerdote, se muestra activo en la liturgia, etcétera. Pero lo más importante es vivir el Evangelio en la vida diaria, en la oración, en la caridad, en la paciencia, en el sufrimiento, ser hermano de todos y estar convencido –como dice san Pablo– de que la misma Palabra de Dios, si es recibida y vivida por nosotros, corre y convence.
Muchos reconocen que los cristianos son hoy minoría. Y dicen que por ello hay que moverse, ser creativos, reavivar nuestra acción. ¿Le convence este planteamiento?
KASPER: Me convence sí y no. Sí, si los cristianos se despiertan, son conscientes de su situación, de los nuevos retos y de su misión. No podemos contentarnos del status quo y seguir como si no pasara nada. Esto vale sobre todo para la Europa occidental, que vive una profunda crisis de identidad, mientras que antaño estaba marcada claramente por el cristianismo. Europa debe despertarse de su indiferencia, que es una falsa tolerancia. Pero, por otro lado, existe el peligro de comportarse como los propagandistas de un lobby minoritario, o sea, sectario. En este sentido, no al fanatismo militante como lo vemos en muchas viejas y nuevas sectas, que hoy son un nuevo reto en todo el mundo. Sobre todo a partir del Concilio Vaticano II hace falta una estilo dialogante, es decir, una actitud de respeto también con aquellos que son definidos lejanos, que tal vez mantienen un vínculo tenue, pero resistente, con la Iglesia, y una actitud de respeto hacia la cultura moderna, cuya legítima autonomía reconoce el mismo Concilio. No queremos y no podemos imponer la fe, que por su naturaleza no puede ser impuesta; queremos –como dice el Concilio Vaticano II en el párrafo 1 de la constitución pastoral Gaudium et spes– compartir los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, y, mediante esta vida de participación, dar testimonio de nuestra fe.
¿Y De Foucauld tiene que ver con esto?
KASPER: Esta actitud era típica de Charles de Foucauld. Recordemos su amistad con los tuáregs y sobre todo con su jefe Musa ag Amastan. Él no hacía nada para convencer y conseguir prosélitos. Como máximo podía llevar a Cristo cerca de ellos, llevando el tabernáculo al desierto. Pero luego no ideaba estrategias elaboradas. Vivía simplemente su vida de oración y de trabajo. Sólo después de su muerte encontró discípulos, discípulos que hoy viven en medio de los más pobres compartiendo con ellos las experiencias diarias.
Recientemente, en los debates sobre las raíces cristianas de Europa, algunos pensadores laicos le han reprochado a la Iglesia su timidez a la hora de defender y proponer verdades y valores. ¿Qué piensa de estas acusaciones? ¿Qué diría De Foucauld?
KASPER: La acusación dirigida a menudo contra la Iglesia en su conjunto carece de fundamento; el Papa y muchos episcopados europeos se han expresado claramente y con fuerza en favor de la identidad cristiana en Europa. Pero al mismo tiempo es verdad que en algunos ámbitos y círculos dentro de la Iglesia existe cierta timidez y debilidad a la hora de defender y proponer la verdad y los valores cristianos. Esta actitud nace a menudo de una fe frágil que ha perdido sus certidumbres, su determinación, que confunde la tolerancia con la indiferencia. Charles de Foucauld no gritó grandes consignas: su conducta nace de una convicción totalmente distinta. Parte de una fe sólida y vivida, que en sí misma, incluso sin grandes palabras, era un testimonio fuerte y valiente, pero también humilde, del mensaje cristiano y de sus valores. Sin pretensiones de posesión, sin actitudes de desafío. Escribe a finales de 1910: «Jesús es suficiente. Allí donde está, no falta nada. Quien se apoya en él es fuerte gracias a su fuerza invencible». Un testimonio de este tipo puede llevar a los demás a reflexionar, a hacerse preguntas, puede suscitar admiración y, si Dios concede la gracia, también el deseo de compartir esta vida según los valores cristianos. De hecho, nuestra defensa de la identidad cristiana de Europa será convincente sólo si vivimos los valores que defendemos. No son las palabras, es la vida lo que convence. Como reconocía De Foucauld en un escrito de julio de 1899, «se hace el bien con lo que uno es, más que con lo que uno dice… Se hace el bien cuando se es de Dios, se pertenece a Él». Y cuando esto sucede, no hay que inventarse nada. Basta «quedarse donde uno está, dejar penetrar, crecer y consolidar en el alma la gracia de Dios, defenderse de la agitación».
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También las peticiones de perdón por los pecados pasados han sido consideradas por algunos como una manifestación de debilidad. ¿Qué piensa usted de estas afirmaciones a la luz de la figura de De Foucauld?
KASPER: Charles de Foucauld tenía razón cuando pedía perdón por su vida derrochada antes de su conversión. Nos muestra que un nuevo inicio siempre es posible, por gracia divina. También nosotros en cada celebración eucarística comenzamos con un acto penitencial; esto sería algo impensable en una reunión de partido, de una empresa o de cualquier asociación. Haciendo esto, expresamos nuestra debilidad, lo cual es un acto de sinceridad, pero al mismo tiempo manifestamos la fuerza del mensaje cristiano de la misericordia y del perdón, es decir, de la posibilidad que Dios pueda realizar un cambio y dar un nuevo inicio también a una historia humana sin salida y sin esperanza. Escribe De Foucauld en una meditación: «No hay pecado tan grande, ni criminal tan empedernido, al que tú no ofrezcas en voz alta el paraíso, como le dijiste al buen ladrón, al precio de un instante de buena voluntad». Pedir perdón no es por tanto una debilidad sino una fuerza; es expresión de una esperanza que no olvida, no reniega o retrata el pasado y que al mismo tiempo no se siente encadenada al pasado y puede mirar al futuro. Pedir perdón es expresión de la libertad cristiana, libertad que nosotros conocemos en Cristo. Pedir perdón no es una acción politically correct, sino que tiene que ver con la naturaleza de la Iglesia y con su mensaje.
¿Qué tienen en común los tuáregs de África con nosotros, hombres de las realidades urbanas?
KASPER: De Foucauld lleva a Jesucristo hasta «aquellos que no lo buscan». Podemos decir que, en ciertos aspectos, la situación de los tuáregs de Argelia es semejante a la de nuestros contemporáneos en la realidad urbana, es decir, a nuestra misma situación, si bien exteriormente la diferencia es manifiesta; allí se trata de pobreza material, aquí de pobreza espiritual. El desierto es, por supuesto, distinto, pero el punto común reside en el hecho de que ni ellos ni nosotros estamos de verdad “en casa” en ningún lugar; estamos en camino, somos nómadas. Además, tenemos en común cierta letargia. A menudo vagamos sin una meta concreta ni una sólida esperanza. Somos, pues, un pueblo en el que la predicación del Evangelio y la conversión son difíciles. En esta situación, Charles de Foucauld nos da una respuesta profética pero también exigente, en el fondo la única respuesta posible: una vida evangélica que manifiesta la alternativa profética del Evangelio, haciendo que sea de nuevo interesante y atractivo. De este modo Charles de Foucauld es una figura luminosa, y puede ser también un válido remedio frente al peligro de un aburguesamiento y de un tediosa banalización de la Iglesia.
Para De Foucauld los pobres son los destinatarios predilectos de la promesa de Cristo. ¿No le parece que esta percepción de la predilección de los pobres se ha ofuscado?
KASPER: Los pobres y los pequeños son según Jesús los predilectos de Dios y los destinatarios de su evangelización. También san Pablo nos dice que en las comunidades primitivas había pocos ricos, pocos sabios, pocos poderosos y pocos nobles. El Concilio Vaticano II descubrió de nuevo y reafirmó este aspecto; después del Concilio se ha hablado mucho de la opción preferencial por los pobres. La teología de la liberación se ha inspirado en este mensaje, pero a veces lo ha hecho con fines ideológicos; al hacer esto, se ha vuelto ambigua. Esto no significa, sin embargo, que el mensaje haya dejado de ser válido y actual. Todo lo contrario. La gran mayoría de la humanidad vive actualmente por debajo del umbral de pobreza, y esto es verdad sobre todo en África, donde Charles de Foucauld vivió, entre los pobres. Espero que su beatificación replantee con un significado de ningún modo ideológico, la urgencia de hacer frente al desafío de la pobreza, tanto material como espiritual, y nos muestre la respuesta evangélica, vivida por él de modo ejemplar, que el mundo actual debe dar.
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El prior de Taizé festejará la Pascua con la Iglesia ortodoxa de Moscú
MOSCÚ, jueves 21 de abril de 2011 (ZENIT.org) – Acompañado por algunos de sus frailes y por 240 jóvenes de 26 países, el Hermano Alois, prior de Taizé, celebrará la Pascua con la Iglesia ortodoxa rusa en Moscú, durante una peregrinación de 5 días (20-25 de abril).
Los jóvenes peregrinos han sido acogidos por seis parroquias ortodoxas ortodoxas de Moscú en las que participarán, desde hoy Jueves Santo, en las celebraciones litúrgicas.
Mañana viernes se dirigirán a los suburbios del sur de Moscú, a Boutovo, donde 20.000 personas (obispos, sacerdotes, monjes, religiosos y laicos), fueron fusilados en tiempos de Stalin, entre 1935 y 1937.
El sábado por la noche, asistirán a la celebración de la noche de Pascua en cada una de las seis parroquias.
La peregrinación concluirá el domingo con la participación en las vísperas solemnes de Pascua, presididas por el Patriarca Kirill I en la catedral de Cristo Salvador.
Los vínculos entre Taizé y Rusia se remontan a hace mucho tiempo, recuerda la Comunidad de Taizé (cf. www.taize.fr). En los años sesenta, responsables de la Iglesia ortodoxa rusa visitaron la comunidad. Entre los años 1970 y 80, el Hermano Roger y otros frailes fueron invitados a Rusia. En 1988, la comunidad envió un millón de Nuevos Testamentos en ruso a Moscú, San Petersburgo, Kiev y Minsk.
Desde principios de la década de los noventa, conforme se abrían las fronteras, muchos rusos han participado en gran número en los encuentros de jóvenes de Taizé y en los encuentros europeos de final de cada año.
En junio de 2006, el Hermano Alois visitó al patriarca Alejo II, asistió a sus funerales en diciembre de 2008 y a la entronización del patriarca Kirill I en enero de 2009. Después de dos años, el patriarca de Moscú envió un mensaje de saludo a los participantes en el encuentro europeo anual.
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SILENTE JOSÉ
José de Nazaret. Silencio. Su fíat es acogida de la escucha el hágase, que hace bueno y nuevo aquello que le rodea. Un Amor Silente creativo, sabe que los planes de Dios van más allá de convencionalismos, más allá de la ley. Silencio inmerso en la contemplación del Misterio de Dios, y hecho Vida Encarnada en Nazaret, en su familia, en su trabajo, entre los suyos. Hombre bueno y justo. Un hombre de Dios. Esposo amante de María, amor filial a su hijo Jesús, amor a Dios. Alrededor del Silencio de José todo armoniza, como hermosa melodía porque más allá de su pequeño ego acepta en sí los planes de quien es Ser de su ser. Amor fiel. Sabía en Quien había puesto su confianza. Y dio el salto en el Vacío Amoroso de Dios. José amoriza la Vida, porque se dejó amorizar en Amor.
Silencio en la vida de cada día. Atención en el momento presente, como espacio-tiempo de eternidad. San José patrón de los silentes, de la buena gente que pasa por la vida asumiendo su lugar en los planes de Dios, sin grandes alharacas, con Amor a fuego lento, que macera las cosas buenas de la Vida, que ilumina y da calor. San José Silente, patrón de Silentes, habitantes de Silencio y Soledad, orantes cuyo fin es la Unión con Dios. Y en Dios, todo, todos. Amor-Uno que articula en Sí pluralidad de formas.
Los astrónomos nos indican la importancia en el universo de la materia oscura en el equilibrio de galaxias y planetas. Los silencios son tan importantes como las notas. Los silencios articulan las notas en una partitura musical.
El silencio de José musicaliza la Palabra que acampa entre nosotros. Le ayuda a crecer, le hace sabio, desde los primeros balbuceos, hasta la madurez. El silencio de José es una presencia amante en María. Amor profundo, enraizado en armonías de Amor divino-humano. Un amor que sabe de respeto y embeleso que madura y crece en la paradoja de un amor humano-divino. José es el reflejo del hombre que toda mujer desearía como compañero de su proyecto vital. Un amor que no finaliza en un circuito cerrado-en-dos, sino espiral abierto al Amor Infinito Amante de amantes. Nazaret germen de Amor.
Oración de José. Silencio y soledad amante mientras trabajaba, enseñando los secretos del oficio a su hijo. Amor envolvente a María. José supo amar y amar bien.
En el desierto de la vida, José desde su Silencio elocuente, acompasa su paso al nuestro. Es un diapasón que nos invita a sintonizar notas y silencios cotidianos en la gran sinfonía de Alabanza del Creador.
Silente José
Desierto de Luz Concepción Merí Cucart festividad de San José 19-III- 2011