Boletín
Comunidad Horeb-Carlos de Foucauld
Amistad e Intercesión ecuménica
Nº 7 – Marzo - AÑO 2011
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Hacia un cristianismo católico y evangélico
Este es un tiempo de Ecumenismo o unión de los cristianos: La única misión de la Iglesia es servir a la causa de Cristo Jesús en todos los órdenes para que sea motivo de esperanza para toda la humanidad. Se entiende por Iglesia la comunidad de los que creen en Cristo Jesús, y esto tanto a nivel local como universal. La Iglesia local no es una "provincia" de la Iglesia universal. Y, a la inversa, la Iglesia universal no es una mera "asociación" de Iglesias locales. Toda Iglesia local, por pequeña, insignificante, mediocre y miserable que sea, hace presente, manifiesta y representa plenamente la Iglesia entera de Cristo Jesús. Aquí encontramos el genuino concepto de catolicidad, que indica identidad en la pluralidad[1].En primer lugar la catolicidad no es un concepto geográfico: una Iglesia presente en todo el mundo. Tampoco es un concepto estadístico: una Iglesia cuantitativamente más numerosa. Ni un concepto sociológico: una Iglesia encarnada en diversas culturas. Ni un concepto histórico: una Iglesia en línea de continuidad. La catolicidad consiste en la identidad de la Iglesia conservada, confirmada y manifestada "por todos, siempre y en todo lugar". La identidad de su fe en Dios Padre que envió a su Hijo para salvar a la humanidad, con la fuerza del Espíritu santo y por mediación de la Iglesia, que es el sacramento universal de la salvación. Una misma fe, un mismo Dios, un mismo Señor, un mismo Espíritu, un mismo Evangelio, un mismo bautismo, una misma Eucaristía: he aquí la sustancia de la catolicidad, de la unidad y la universalidad de la Iglesia.
Así, ser católico no significa el extender e imponer el sistema intraeclesiástico, sino el poder dar testimonio de la propia fe en Jesús salvador y liberador, dentro de todas las culturas. Por eso, no sería católica una Iglesia que no fuese, por ejemplo, africana, asiática, europea o latinoamericana.
En la actualidad, para la mayoría de los católicos y de los protestantes las diferencias que aún quedan ya no justifican el cisma[2]. La diferencia fundamental entre "católico" y "evangélico" radica en las diferentes posiciones de principio, posiciones que se han ido desarrollando a partir de la Reforma, pero que hoy pueden ser superadas en su unilateralidad e integradas en un verdadero ecumenismo.
La catolicidad evangélica se nos presenta, pues, como un imperativo. La actitud católica consiste en estar fundamentalmente abiertos en todas las direcciones que permite el Nuevo Testamento, sin excluir por principio, o de hecho, ninguna de las líneas neotestamentarias[3]. La actitud católica trata de tomar imparcialmente en serio el Nuevo testamento en todos los aspectos: ser católico es estar abierto y ser libre con respecto a toda la verdad global del Nuevo testamento. No se puede suponer que los católicos ya hemos realizado suficientemente la catolicidad en la interpretación del Nuevo Testamento. No se puede negar que la eclesiología católica medieval y, particularmente, la de la Contrarreforma han privilegiado las Cartas Pastorales y los Hechos de los Apóstoles frente al ordenamiento comunitario, más carismático, de las grandes Cartas paulinas. Hoy todavía nos pesa esta herencia y quedan no pocos problemas que resolver.
Concluyendo, se puede considerar católica aquella persona que considera primordial el que, pese a todos los fraccionamientos, la continuidad de fe y de comunidad de fieles se mantenga en el tiempo y que considera primordial que exista en el espacio una universalidad de fe y de comunidad de fieles, una universalidad que abarque todos los grupos, naciones, razas y clases sociales. Se puede considerar evangélica aquella persona que en todas las tradiciones, doctrinas y usos eclesiásticos, considera primordial el recurrir constantemente y con espíritu crítico al evangelio y el llevar a cabo constantes reformas prácticas acordes con las normas de ese evangelio. Si ponemos en mutua relación ambas actitudes básicas, la verdaderamente católica y la verdaderamente evangélica, resulta que, bien entendidas, la posición católica y la evangélica no se excluyen en absoluto mutuamente. En concreto: La persona católica bautizada puede tener un espíritu verdaderamente evangélico y la protestante bautizada puede mostrar una universalidad verdaderamente católica. Hoy en día, los cristianos y cristianas repartidos por todo el mundo pueden vivir una catolicidad evangélica y una evangelicidad católica sin renunciar a su propio pasado confesional, pero sin cerrar el camino a un mejor porvenir ecuménico, pues ser verdaderamente cristiano significa ser ecuménicamente cristiano. (JLVB)
Un sólo Señor, una sola fe, un solo bautismo
Anglicanos y católicos reconocen mutuamente la validez de su Bautismo
Jesús Bastante, 22 de febrero de 2011 a las 19:51
"Confesamos un solo Bautismo para el perdón de los pecados", se titulaba el Te Deum de acción de gracias
"Que todos sean uno, para que el mundo crea". Un hecho histórico, un paso más en el tan ansiado camino hacia la unidad de los cristianos. Y, sin embargo, poco publicitado, y hasta silenciado, por los medios oficiales. El obispo de la Iglesia Española Reformada Episcopal, Carlos López; y los obispos católicos de Almería (y responsable de Relaciones Interconfesionales de la Conferencia Episcopal, Adolfo González Montes; y el obispo de Vic, Romá Casanova, suscribieron esta tarde en la catedral anglicana de Madrid la "Declaración de Reconocimiento Recíproco del Bautismo" entre católicos y anglicanos de nuestro país.
"Confesamos un solo Bautismo para el perdón de los pecados", se titulaba el Te Deum de acción de gracias que precedió a la firma de la declaración. Una docena de clérigos y ministros, a cada lado del altar, arropaban al obispo anglicano -que presidía en el sillón episcopal, flanqueado por los obispos católicos-. Entre ellos, una mujer. Un símbolo más de un momento histórico. En un momento en que las tensiones entre anglicanos y católicos parecen acrecentarse tras el Motu Proprio de Benedicto XVI que abría la puerta para que los fieles anglicanos "retornaran" a Roma, el gesto que se ha producido dice mucho de las posibilidades de alcanzar una unidad en lo esencial.
"El bautismo cristiano se realiza por el agua y por el Espíritu Santo", afirma el texto, que supone un reconocimiento recíproco de la validez del bautismo en una u otra confesión, así como "el deseo de que todos los bautizados en Cristo vivan como cristianos". Toda una declaración de intenciones, que Carlos López refrendó calificando la firma de "momento emocionante y trascendental", que culmina un proceso que arrancó hace veinticinco años "Recogemos el fruto del trabajo de muchos". El responsable de los anglicanos españoles abrió la puerta al resto de confesiones evangélicas para que pudieran asumir un reconocimiento similar.
Por su parte, Adolfo González Montes mostró su "profunda alegría" por este "acontecimiento sin duda alguna histórico". También recordó otros acuerdos entre ambas iglesias, como la de acoger a los fieles anglicanos que no dispusieran de un lugar donde llevar a cabo sus celebraciones litúrgicas. En su último acto como presidente de la Comisión de Relaciones Interconfesionales (ya lleva dos trienios), el obispo de Almería animó a "recomponer la unidad perdida de la Iglesia", para que aparezca "con esa fuerza de convicción que supone ser sacramento de la unidad del género humano". González Montes agradeció el camino para el encuentro marcado por el Concilio Vaticano II, y reconoció que tanto la Iglesia católica como la IERE "son parte de la historia de España"."En el reconocimiento recíproco del Bautismo nos estamos reconociendo como cristianos, como insertos en la Iglesia, medio por el cual nos insertamos en Cristo, y abiertos en una tensión permanente logremos celebrar, de verdad, juntos la única Eucaristía, en la que participemos en las mismas condiciones unos y otros", deseó el obispo católico. "Esa meta, desde luego todavía lejana, pero a la que no podemos renunciar", proclamó.
Tras la oración final del Te Deum, que recitó la reverenda diáconisa Natalia Flores, resonó una gran ovación en la bella catedral anglicana de la calle Beneficencia de Madrid. El documento lleva el título "Confesamos un solo Bautismo para el perdón de los pecados" y consta de cuatro apartados divididos en diez puntos: I. Preámbulo, II. Significado del Bautismo, III. Administración del Bautismo, IV. Sobre la validez del Bautismo y Declaración. A través de los diferentes apartados se va definiendo el Bautismo, su fundamento bíblico y el desarrollo en la tradición cristiana, se explica la forma valida de administrarlo en ambas iglesias y se concluye con la declaración de reconocimiento de un mismo y único bautismo válidamente administrado y recibido en las dos iglesias.
En homenaje a ellos. La lección de la intrahistoria.
Por Inés Riego de Moine.
Agencia de Noticias Prensa Ecuménica. www.ecupres.com.ar Argentina.
Son miles, millones, miles de millones en el planeta. Son los hermanos más pobres de nuestra especie, los más débiles, los más vulnerables y frágiles. Sus cifras porcentuales son apabullantes: por dar sólo un par de ejemplos, según el PNUD (Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo) 2.800 millones de personas en el mundo, casi la mitad de la población mundial, viven con 2 dólares diarios y 1.000 millones con tan sólo 1 dólar diario, mientras que el 90 % de la riqueza se concentra en el 20 % de la población mundial, sin mencionar los 1.000 millones que no tienen acceso al agua potable ni las escalofriantes estadísticas mundiales de niños que sufren desnutrición -muchos de los cuales mueren a corta edad- y no tienen acceso a la vital educación primaria. Las recientes muertes por desnutrición de niños aborígenes en Tartagal, Salta (norte argentino) no son más que la denigrante muestra de esta vergonzante verdad.
Pero sus rostros, como los de estos niños y sus familias, dicen más que las cifras porque conviven a diario con nosotros en este sur del planeta y tantas veces nos negamos a ‘verlos’. Son los que buscan y ocupan un techo deshabitado para vivir con dignidad y no arderse bajo el sol del verano y los llamamos ‘ocupas’, sin más. Son los padres y madres de familias numerosas -que en Argentina llamamos ‘jefes y jefas de hogar’- que deambulan día y noche por la ciudad procurando llevar algo de alimento para su prole. Son los jóvenes idealistas que salen con su grupo a defender un derecho, una idea, un acto de justicia, y son devueltos a su familia en un ataúd. Son los adictos de toda índole, presos tras las rejas de la sustancia o la inconducta que los fascina porque nadie acudió a colmar su vacío de sentido existencial ni ningún sistema educativo previno su drama. Son las personas comunes, ciudadanos de a pie, que trabajan incansablemente en miles de oficios, profesiones y servicios sin que descuellen en su actividad ni que sean nota de prensa jamás aunque las injusticias diarias los golpeen especialmente, pero ellos siguen firmes.
Son los hombres y mujeres que pasan silenciosamente la vida cuidando, curando, conteniendo y guiando a niños, ancianos y enfermos recibiendo a cambio tan sólo la alegría del servicio cumplido. Son los abandonados por los suyos, solos con su dolor tatuado en las lacras de su piel, en sus enfermedades físicas y mentales, en su pobreza fruto del no hacer nada con la propia vida, y que sin embargo saben regalarte una sonrisa cuando los abrazas… Y la lista podría ser interminable. Ellos conforman nada más y nada menos que la humanidad real, nuestros hermanos más postergados y anónimos, el suelo nutricio de la humanidad que constituye su sustancia y su sentido, eso que Miguel de Unamuno denominó insuperablemente “intrahistoria”. Tan real y operante como la historia misma, a la que entendía como “esta pobre corteza en que vivimos”, la intrahistoria es en relación a ella “el inmenso foco ardiente que lleva dentro”. Como el magma ardiente que no vemos lo es a la corteza terrestre que vemos. Así leemos en uno de sus primeros escritos de juventud, En torno al casticismo: “Los periódicos nada dicen de la vida silenciosa de los millones de hombre sin historia que a todas horas del día y en todos los países del globo se levantan a una orden del sol y van a sus campos a proseguir la oscura y silenciosa labor cotidiana y eterna, esa labor que como la de las madréporas suboceánicas echa las bases sobre las que se alzan los islotes de la historia. Sobre el silencio augusto, decía, se apoya y vive el sonido, sobre la inmensa humanidad silenciosa se levantan los que meten bulla en la historia. Esa vida intrahistórica, silenciosa y continua como el fondo mismo del mar, es la sustancia del progreso, la verdadera tradición, la tradición eterna (1).
Es tradición eterna -de tradere, que equivale a entrega, traspaso, transmisión- porque trae consigo el reservorio esencial de la humanidad, legado de los siglos, que entregará a la siguiente generación como tesoro a cultivar y mejorar o como lectio divina, es decir, aprendizaje sin igual de lo que nos hace mejores seres humanos por devolvernos a nuestra esencia eterna. “Para los que sienten la agitación, nada es nuevo bajo el sol, y éste es estúpido en la monotonía de sus días; para los que viven en la quietud, cada nueva mañana trae una frescura nueva (2). Pero quizás a este primer Unamuno joven se le olvidó insistir precisamente en esto: que la gente de la intrahistoria profunda, en su monotonía y quietud, resulta ser también la mejor lección de la vida. Pues son ellos los que nos impulsan a vivir y a soñar intensamente porque su existencia pone al desnudo la hondura casi insondable de la finitud, cuyo borde doloroso, vulnerable y pobre es el que más nos cuesta ver, incluso en la propia vida.
Vivimos desencantados y resentidos, desesperanzados y faltos de alegría, porque todavía nos resistimos a tocar el manto del ‘pobre’ -resumiendo en esta palabra el todo de la menesterosidad humana- permitiendo que el encanto de su nada nos bendiga. Olvidamos, de pura soberbia, intelectual o existencial o ambas, que la clave de una existencia plena de sentido viene de la mano de la humildad que nos libera del egocentrismo haciéndonos pequeños como niños, y nos obliga a reconocer una vez más con San Juan de la Cruz que “para venir a lo que no eres, has de ir por donde no eres (3). ¿Y esta negación esencial cómo se entiende? Sólo desde la convicción que hay una trascendencia que cobija la nada que traspasa a todo hombre y que esta nada adquiere un sentido único en el orden del amor que rige el universo. Pero, además, en esta gesta personal de “venir a lo que no eres por lo que no eres” no hay recetas para dar ni discursos salvadores, sólo testigos, sólo maestros, sólo intrahistoria… Y finalmente cada uno anclará su esperanza y su acción allí donde mejor le quepa: o bien en Dios para el creyente, su fuente primordial, o bien en su propia desilusión, en su nudo desasosiego, en su dolorosa desesperanza, en su pura nada. Pero muchas veces es justamente lo menesteroso de esos rostros inesperados que aprendemos a mirar, actores de la intrahistoria, el camino que se nos abre lleno de gracia. Pero aún podemos ir por más: el más desvalido de la intrahistoria, ése del que a veces dudamos sea una persona, puede convertirse en guía y maestro de vida, porque él en su fragilidad inagotable es la expresión más poderosa del amor de Dios y por ende de la humanidad en mí. Dios lo ama y yo lo sé, y sólo por este hecho él deja que yo cure las heridas de mi egoísmo y mi soberbia, de mi autosuficiencia y mi individualismo.
No me cansaré de repetir a Henri Nouwen en su bellísimo libro Adam, el amado de Dios: “Adam, que no pronunció jamás una sola palabra, se convirtió poco a poco en un auténtico manantial de palabras que me permitieron expresar mis más profundas convicciones de cristiano en los umbrales del tercer milenio. Con su vulnerabilidad, me sirvió de apoyo firme para anunciar la riqueza de Cristo. Él, que no podía indicarme que me reconocía, podría ayudar a otros, a través de mí, a reconocer la presencia de Dios en sus vidas (4). Por todo esto, el homenaje a ellos será siempre deficiente hasta que sus lecciones queden grabadas a fuego en nuestras conductas y elecciones cotidianas y aprendamos que el necesario “tocar pobre”, expresado por Carlos Díaz como imperativo moral del personalismo comunitario, nos invita a algo más que a un acto de beneficencia solidaria para lavar conciencias.
El verdadero homenaje a ellos no se escribirá en un discurso más, se cumplirá el día en que la lección dolorosa de la intrahistoria se convierta en canto porque el maestro aprenderá de la mirada triste del alumno, el universitario irá a las aulas de los pobres, el político hará de su vocación un ministerio santo, el empresario compartirá las ganancias con sus obreros y el joven se sentará a escuchar con avidez la sabiduría del viejo… Porque definitivamente florecerá la justicia del amor en el resplandor de su misericordia.
¿Planteo demasiado idealista? No lo creo, todo depende de nosotros.
(1) De Unamuno, M.: En torno al casticismo. Espasa Calpe, Colección Austral, Madrid 1964, pp. 27-28.
(2) Ibid., p. 26.
(3) Subida al Monte Carmelo, I, 13, 11.
(4) Nouwen, H.: Adam, el amado de Dios. PPC, Madrid 1999, p. 15.
MARINERO EN TIERRA
Las cuatro caras del cáncer
25.02.11 - 00:27 – Las Provincias
AGUSTÍN DOMINGO
El anuncio público de Esperanza Aguirre de que tiene cáncer ha puesto de actualidad la presencia de esta enfermedad en nuestra vida social. En nuestras sociedades de la abundancia y el bienestar, la convivencia con el cáncer plantea numerosos desafíos. No sólo a la organización de la vida cotidiana sino al modo como nos la imaginamos y afrontamos. Si todas las enfermedades nos fuerzan a ser sinceros con nosotros mismos, el cáncer nos obliga a romper con las hipocresías sociales, las mentiras familiares y el autoengaño permanente.
Aunque los oncólogos nos han enseñado a convivir con esta enfermedad y nos han ayudado a romper con el estigma de enfermedad maldita, su cercanía pone a prueba la confianza en los demás y, sobre todo, en nosotros mismos. Una confianza que descubrimos cuando nos acercamos a la cara orgánica de la enfermedad. El desarrollo de las diferentes especialidades de oncología ha perfeccionado el diagnóstico, la tipificación y la prevención. Además de los avances en la curación, la oncología ha contribuido decisivamente a mejorar los efectos secundarios y promover la calidad de vida de los pacientes.
Junto a esta dimensión orgánica hay una dimensión psicológica. Además de la confianza en la medicina o la enfermería, la enfermedad no sólo pone a prueba la confianza que la persona tiene en sí misma, sino la confianza que la persona tiene en todo cuanto le rodea. La sensación de vacío, abandono y desesperación puede ser de tal magnitud que anulen la posibilidades para encontrar sentido, valor y fortaleza en la vida. Frente a la opción del ensimismamiento y abandono se puede descubrir la vida como relación, desafío y donación.
Hay una tercera dimensión social que descubrimos cuando aparece el tema en nuestras conversaciones, cuando nos vemos obligados a decir que cáncer no es sinónimo de muerte y cuando tenemos que organizar la familia, el trabajo y el ocio forzados por la enfermedad. El apoyo a los enfermos y sus familiares no está previsto en los convenios, en las cláusulas de negociación y en la neurosis de la productividad. Por último, hay una cuarta dimensión que podemos llamar educativa. Cuando nuestro sistema educativo se ha construido de espaldas a las preguntas últimas y tiene miedo en sus programas de afrontar la muerte, el cáncer puede recordar a los jóvenes que vivir no es sólo comer, beber, viajar o vegetar.